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Es el yaqui, que lo carga con una
mano para sumergirlo de nuevo en
el río y lo devuelve a las manos de la
mujer que cuidadosamente le lava
hasta las orejas. Galeano no reconoce
su propio olor; lo han vestido de
gamuza como acostumbran ellos.
Le han adornado la cabeza con una
pluma blanca sostenida por una tira de
cuero que le rodea su melena limpia.
Esa noche, la mujer lo duerme
junto a ella, arrullándolo con sus
risas y una tonadilla incomprensible
y suave. Galo se siente tranquilo, no
tiene hambre ni frío, aunque no le
gustó que lo bañaran.
Está a punto de quedarse dormido,
cuando descubre en el cielo una
estrella fugaz; entonces recuerda
lo
bien que se sentía cuando su
mamá lo cargaba en su rebozo
tibiecito.
Los años pasaron, y volví a
encontrarme con Galeano en el
desierto de Sonora. Era un jinete ligero
y animoso que hablaba la lengua de
los yaquis. Lo llamaban “Alma Fuerte”.
Le tomé una foto, luego se la di y la
puso dentro de su traje de gamuza. Por
cierto, los yaquis todavía la guardan.
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Noticias de fin de siglo
,
en la que un joven vocero anuncia las noticias
de la prensa del México porfrista. Búscala en las
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