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Los pavos reales eran
parientes del sol. La garza
empezaba a llamear
a cada paso que daba.
Y a mí el sol me desvestía
para pegarse conmigo,
despeinado y dulce,
claro y amarillo:
ese sol con sueño
que sigue a los niños.
Cuando salí de mi casa
con mi bastón y mi hato,
le dije a mi corazón:
—¡Ya llevas sol para rato!
Es tesoro —y no se acaba:
no se me acaba— y lo gasto.
Traigo tanto sol adentro
que ya tanto sol me cansa.
Yo no conocí en mi infancia
sombra, sino resolana.
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La rama
,
de Octavio Paz. Busca
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