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El novillo y el toro viejo
H
icieron unas fiestas en un pueblo,
en las que no faltaron sus toritos,
porque lidiar los hombres con los brutos
en la mejor función es muy preciso.
Pasadas ya las fiestas, se juntaron
en el corral de Antón el buen novillo
y un toro de seis años, que mil veces
al arado de su amo había servido.
A los dos torearon en las fiestas,
y por esta razón fueron amigos.
Conociéronse luego, y con espanto
el novillo al buey viejo así le dijo:
—Escucha, camarada, ¿por qué causa,
cuando los dos jugamos en un circo
yo salí agujerado como criba,
y tú sacaste tu pellejo limpio?
Entonces el buey grave le responde:
—Porque yo ya soy viejo, buen amigo;
conozco la garrocha, me ha picado;
y así al que veo con ella nunca embisto.
Por el contrario, tú, sin experiencia,
como toro novel y presumido,
sin conocer el daño que te amaga,
te arrojas a cualquiera precipicio,
y por esa razón como un arnero
*
sacaste tu pellejo, y yo el mío limpio.
—Pues te agradezco mucho, amado hermano
—dijo el torete—, tu oportuno aviso.
Desde hoy ser ya más cauto te prometo,
pues por lo que me dices, he entendido
que es gran ventaja conocer los riesgos,
y saberse excusar de los peligros.
José Joaquín Fernández de Lizardi
*
Arnero
. Parte del traje de defensa de los antiguos
soldados, que recibía todos los golpes y lanzadas.
La tortuga y la hormiga
U
na tortuga en un pozo
a una hormiga así decía:
—En este mezquino invierno,
dime, ¿qué comes, amiga?
—Como trigo —le responde—,
como maíz y otras semillas,
de las que dejo en otoño
mis bodegas bien provistas.
—¡Ay! ¡Dichosa tú! —exclamaba
la tortuga muy fruncida—.
¡Qué vida te pasas!
¡Oh, quién fuera tú, sobrina!
y no yo, ¡infeliz de mí!
que en este pozo metida
todo el año, apenas como
una que otra sabandija.
—¿Pero en todo el año qué haces?
—preguntaba la hormiguilla—.
Y la tortuga responde:
—Yo, la verdad, todo el día
me estoy durmiendo en el fondo
de este pantano o sentina,
y de cuando en cuando salgo
a asolearme la barriga.
—Pues entonces no te quejes
—la hormiguilla respondía—
de las hambres que padeces
ni de tu suerte mezquina;
porque es pena natural,
y aun al hombre prevenida,
que a aquel que en nada trabaja
la necesidad persiga.
José Joaquín Fernández de Lizardi
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