Practica esta lección: Ir al examen
Practicas el proceso comunicativo
Actividad de cierre
Lee detenidamente el siguiente texto y elabora en tu cuaderno un esquema que
integre los elementos del proceso de comunicación que intervienen en él, la intención
comunicativa y las funciones del lenguaje que cumple. Puedes utilizar imágenes o
símbolos.
Quizá tengas razón. Quizá no debiera importarme. Al
¿
n y al cabo, no estaré aquí para ver en
qué acaba todo. Pero es difícil explicarlo, Mitch. Ahora que estoy sufriendo, me siento más cerca
que nunca de la gente que sufre. La otra noche vi en la televisión a la gente de Bosnia y, cruzan-
do la calle, les disparaban, los mataban, víctimas inocentes… y, simplemente, me eché a llorar.
Siento su angustia como si fuera la mía propia. No conozco a ninguna de esas personas. Pero…
¿cómo podría expresarlo? Casi me siento… atraído por ellas.
Se le humedecieron los ojos e intenté cambiar de tema, pero se limpió él la cara y me hizo callar
con un gesto.
Ahora lloro constantemente
me dijo. No importa.
“Asombroso”, pensé. Trabajaba yo en el sector de la información y cuando alguien se moría,
cubría la información. Entrevistaba a los familiares a
À
igidos. Incluso asistía a los funerales. Y no
lloraba nunca. Morrie estaba llorando por el sufrimiento de personas que estaban a medio mundo
de distancia. “¿Es esto lo que llega al
¿
nal?”, me pregunté. Es posible que la muerte sea la gran
niveladora, la única gran cosa que es capaz de lograr, por
¿
n, que las personas que no se conocen
derramen una lágrima las unas por las otras.
Morrie se sonó la nariz ruidosamente con el pañuelo de papel.
No te molesta que un hombre llore, ¿verdad?
Claro que no
respondí yo, con demasiada precipitación.
Sonrió.
Ay, Mitch, voy a lograr que te desinhibas. Un día te voy a enseñar que no importa llorar.
Sí, sí
dije yo.
Sí, sí
dijo él.
Nos reímos los dos porque eso mismo decía él casi veinte años atrás. Principalmente los martes.
En realidad, los martes habían sido siempre los días que pasábamos juntos. La mayor parte de
mis clases con Morrie tenía lugar los martes, él tenía sus horas de tutoría los martes, y cuando
preparé mi tesina, que desde el primer momento se basó buena parte en las sugerencias de Mo-
rrie, nos reuníamos los martes ante su escritorio, o en la cafetería, o en la escalinata del edi
¿
cio
Pearlman, para repasar el trabajo.
Así, pues, parecía correcto que volviéramos a reunirnos un martes, allí, en esa casa que tenía en
el frente un falso plátano. Cuando me disponía a irme, se lo comenté a Morrie.
41