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Actúas para disminuir la contaminación del aire, del agua y del suelo
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Texto para refexionar.
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Nota interesante: extraída del artículo “No pegues tu chicle” de Agustín López
Munguía. Revista UNAM
¿Cómo ves?
Plaga contaminante
Hace unas décadas, cuando aún no existía la Comisión de los Derechos Humanos, la maestra de
primaria que nos pescaba mascando chicle en clase nos lo pegaba en el pelo. Los más diestros , al ser sorprendidos
alcanzábamos a tragarlo. “Se te van a pegar las tripas”, me decía mi madre. Pero desafortunadamente el Fn
más común del chicle era bajo el pupitre, donde, dada su naturaleza no biodegradable, aún debe permanecer.
Mi hipótesis es que el dañino hábito de tirar el chicle donde sea se adquiere en la primaria y con los años
se extiende de “pegarlo en el pupitre” a “pegarlo en cualquier superficie oculta”, en particular bajo mesas
y sillas. Eso si pasó por la primaria, pues de otra manera simplemente se escupe: ¿quién no ha pisado un
chicle sobre el pavimento caliente? En Granada, España, hace un par de años, una brigada de jóvenes se
decidió a limpiar el centro de la ciudad: encontraron entre cinco y 15 chicles por metro cuadrado. En el
Reino Unido se estima que el costo anual para eliminar los chicles de calles, plazas y monumentos es de 150
millones de libras esterlinas: de hecho en este país se realizan intensas campañas contra quienes arrojan el
chicle en cualquier parte. Además de aplicar multas elevadas, se ha sugerido crear un impuesto que cubra los
costos de recolección. El Departamento para el Ambiente, Asuntos Rurales y Alimentarios del Reino Unido
(DE RA, por sus siglas en inglés) emitió un documento relativo a políticas sobre disposición de chicles que
puede consultarse en www. parliament.uk/post/ pn201.pdf. También se han creado grupos de acción que
incluyen a productores, académicos y ambientalistas en búsqueda de soluciones. En México da la impresión
de que éste no es un problema, debido quizá a que los chicles se diluyen entre tantas otras cosas que los
mexicanos depositamos donde se nos da la gana.
¿Qué hacer con esta plaga contaminante no biodegradable, si por todo el mundo se mastica chicle?
Los estadounidenses, por ejemplo, deben disponer de un promedio de 300 gomas de mascar per cápita al
año y cuentan con más de mil marcas, con las que se obtienen 2 000 millones de dólares en ventas. Claro, la
primera opción es tomar conciencia, o bien, prohibir su consumo, como sucedió en Singapur, donde aunque
no lo crean, estuvo prohibido vender chicles desde 1992 hasta 2002. Otra opción es la sugerida en Londres:
poner carteles de celebridades y solicitar a los transeúntes que en vez de tirar el chicle en el suelo, lo peguen
sobre su estrella favorita. En México podrían hacerse encuestas de popularidad de esta manera. Por cierto,
¿a qué autoridad de la Delegación Coyoacán en el D. . se le habrá ocurrido que los árboles del zócalo se ven
mejor con cientos de chicles de colores pegados en el tronco?
Un camino prometedor es el de la Universidad de Manchester y la Compañía Green Biologics, las
cuales intentan desarrollar una enzima (es decir, un catalizador de naturaleza proteica) que al aplicarse
sobre el chicle, lo degrade. inalmente la mejor opción es la que se describe en la patente otorgada en 1996
a Scott Hartman, de la compañía Wrigley, quien diseñó una goma biodegradable, fácil de desprender de
cualquier superficie, y que incluso se puede tragar, ya que es digerible. Este invento puede modificarse para
que la goma se disuelva en la boca después de un rato de mascarla. Estas maravillas se logran con base en
una proteína elástica, con un alto contenido de valina-prolina y de glicina-valina-glicina en su estructura:
tres de los 20 aminoácidos a partir de los cuales se forman las proteínas, las sustancias más importantes
en la estructura y el funcionamiento de nuestras células. Estos aminoácidos abundan en las proteínas de
estructura, como el colágeno (la piel) —glicina y prolina— o la seda —alanina y glicina—. Así que, en el
futuro, quizá acabemos masticando proteínas. Ya ni chicles.
Deseo agradecer a Rodolfo Fonseca Larios, Gerente General de CENA S.A. de C.V., su apoyo en la elaboración de este artículo. Agustín López Munguía,
galardonado en 2003 con el Premio Nacional de Ciencias, es investigador en el Instituto de Biotecnología de la UNAM, autor de varios libros y numerosos
artículos de divulgación de la ciencia, y miembro del consejo editorial de ¿Cómo ves?