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—¡Ay, abuela, qué orejas tan grandes
tienes! —dijo Caperucita extrañada.
—Para oírte mejor —respondió el lobo,
disimulando su oscura voz.
—¡Ay, abuela, qué ojos tan grandes tienes!
—Para verte mejor.
—¡Ay, abuela, qué manos tan grandes
tienes!
—Para abrazarte mejor.
—¡Ay, abuela, qué boca tan grande tienes!
—Para comerte mejor.
Y diciendo esto, el lobo saltó de la cama
y se tragó a Caperucita Roja. Tenía la
barriga tan llena que volvió a meterse
en la cama, se durmió y se puso a roncar.