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¡Se me ha caído un diente!
La princesa tenía unos dientes estupendos. Todas las mañanas
los contaba y, después, se los cepillaba.
La princesa tenía veinte dientes. Algunos de sus amigos tenían
menos de veinte. Pero claro, ellos no eran príncipes…
Su hermano pequeño, que sí era un príncipe,
no tenía ni un solo diente.
—¿A que tengo unos dientes
estupendos? —preguntó la princesa.
—Tienes unos dientes estupendos
porque comes comida sana —matizó
el cocinero.
¡Vaya! ¡Se le mueve un diente!
—¡No es posible! ¡Se me mueve un
diente!
Cada día que pasaba, el diente se movía
un poco más. Y como no dolía, la princesa hacía
que el diente se moviera. Y tanto lo movió que un día el diente
desapareció.
—¡Se me ha caído un diente!
¡Yo quiero un diente nuevo! —gritó la princesa.
En palacio, todo el mundo comenzó a
buscar el diente… pero no lo encontraban.
—¡Yo quiero mi diente! —gritó la princesa.
—¡La princesa quiere su diente! —gritó la doncella.
—No pasa nada… Ya lo he encontrado…
Lo tiene mi hermano.
Tony Ross
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