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Así pasé otros pocos meses más, hasta que acaeció en
aquel pueblo, por mal de mis pecados, una peste del diablo,
que jamás supe comprender; porque les acometía a los enfer-
mos una fiebre repentina, acompañada de basca y delirio, y en
cuatro o cinco días tronaban.
Por fin, y para colmo de mis desgracias, me tocó atender
a la gobernadora de los indios. Le di el tártaro, expiró, y al
otro día, que iba yo a ver cómo se sentía, hallé la casa inundada
de indios, indias e inditos que lloraban a la par. Apenas
me vieron, comenzaron a levantar piedras y a tirármelas con
gran tino, diciéndome en su lengua: “Maldito seas, médico
endiablado. Vas a acabar con el pueblo”.
Yo apreté los talones a la mula, corrí como una liebre y,
con tanta carrera, a los dos días la mula se me cayó muerta.
Vendí la silla en lo primero que me dieron, tiré la peluca en
una zanja, y a pie, con la capa al hombro, llegué a México.
Todos los personajes tienen sus propias aventuras. Para conocer
las de un pato lee
El pato y la muerte
, en tu Biblioteca Escolar.