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todo cuanto poseían en las flores más llamativas y perfumadas
que habían podido adquirir. La princesa se empezaba a aburrir
de oler tantas flores.
Cuando el joven campesino le presentó una espiga de trigo,
levantó las cejas sorprendida.
El rey frunció el entrecejo.
—¿Qué significa esto? —preguntó
furioso—. ¿Acaso crees que mi hija no
merece mejor regalo que una simple es-
piga de trigo?
—Yo soy un simple campesino, ma-
jestad —replicó el joven—, y he traído a la
princesa la flor más preciosa que conozco.
No hay nada más bonito que un campo
de dorado trigo meciéndose con el vien-
to, y no hay nada que huela mejor que
un pan de trigo recién sacado del horno.
—¡Tiene razón, padre! —intervino
la princesa riendo, y el rey asintió.
—Ciertamente tiene razón —dijo— y
si estáis de acuerdo, hija, será tu esposo
y me sucederá en el trono.
La princesa estuvo de acuerdo, ya que el joven campesino
era además un joven muy apuesto. Mientras volvían juntos
al palacio, el rey le preguntó cómo era posible que fuera tan
sabio con tan pocos años.