BLOQUE V
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¿Qué es un programa de computadora?
Un programa es como el guion de
una obra en la que la computadora
es el actor. El programa explica a la
computadora exactamente lo que hay
que hacer y decir en cada acto. Una
vez que se ha cargado el programa en
la memoria, la función debe empezar. La
computadora lee el programa línea por
línea, lo decodifica o traduce a ceros y
unos, y luego ejecuta las instrucciones.
Un programa está compuesto por
muchas órdenes simples, del tipo
“acepta datos del teclado” o “decide
cuál de estos dos números es mayor”.
La combinación de estas tareas
simples en un programa permite que
la computadora realice acciones más
complejas y sofisticadas. Los programas
con funciones externas, como sumar
números u ordenar ficheros, se llaman
programas de utilidades
. Los programas
extensos conocidos por la mayoría
de la gente —como los procesadores de
textos, las hojas de cálculo y los juegos—
se denominan
aplicaciones
. Puesto que
una computadora únicamente hace
lo que le dicen, hay que escribir los
programas con cuidado para obtener
el resultado adecuado.
La función del programa
Una computadora carga un programa
y lo almacena en su memoria. Luego
las órdenes son analizadas una por
una, en secuencia, y decodificadas por
el controlador. Éste manda impulsos
eléctricos y da instrucciones a los
diferentes dispositivos para realizar
las tareas especificadas. Por ejemplo,
si la primera orden se refiere a una
introducción por teclado, se activa una
señal hacia el teclado autorizándole para
aceptar datos de entrada del operador.
Cuando éste introduce los datos, se
almacenan y la computadora pasa a la
siguiente orden del programa.
“3. Los programas”,
en
La era de la computadora
,
México,
SEP
, 2003, p. 48 (Libros del Rincón).
Lo que sólo uno escucha (fragmento)
José Revueltas
La mano derecha, humilde, pero como si
prolongase aún el mágico impulso, descendió
con suma tranquilidad a tiempo de que el
arco describía en el aire una suave parábola.
Eran evidentes la actitud de pleno descanso,
de feliz desahogo y cierta escondida sensación de
victoria y dominio, aunque todo ello se expresara
con timidez y vergüenza, como con miedo
de destruir algún íntimo sortilegio o de disipar
algún secretísimo diálogo interior a la vez muy
hondo y muy puro. La otra mano permaneció
inmóvil sobre el diapasón, también víctima del
hechizo y la alegría, igualmente atenta a no
romper el minuto sagrado, y sus dedos parecían
no atreverse a recobrar la posición ordinaria, fijos
de estupor, quietos a causa del milagro.
Aquello era increíble, más con todo la expresión
del rostro de Rafael mostrábase singularmente
paradójica y absurda. Una sonrisa tonta vagaba
por sus labios y se diría que de pronto iba a llorar
de agradecimiento, de lamentable humildad.
—No puede ser, no es cierto; es demasiado
hermoso— balbuceó presa de una agitación
extraña y enfermiza. Apartó el violín debajo su
barbilla y oprimiéndolo luego con el codo, la
mano izquierda libre y sin que la otra abandonase
el arco, se puso a examinar ambas flexionando
ridículamente los dedos, una y otra vez, como si
los quisiera desembarazar de un calambre—. No
puedo creerlo, es demasiado —repitió.
José Revueltas, “Lo que sólo uno escucha”
(fragmento), en
Cuentos mexicanos. Antología
,
México,
SEP
, 2002, pp. 39-40 (Libros del Rincón).