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B IV
Desde temprano, empezaron a llegar familias enteras de todo el reino.
Cada jefe de familia portaba su jarra de vino; uno por uno, subía la larga
escalera hasta el tope del tonel, vaciaba su jarra y bajaba por otra escalera,
donde el tesorero del reino le colocaba en la solapa un sello con el escudo del
rey. A media tarde, cuando el último campesino vació su jarra, se supo que
nadie había faltado.
Desde el palco de su palacio, entre vivas y otras aclamaciones, el pueblo
fue a festejar con el rey el éxito de la contribución y el rey mandó pedir una
copa del vino recolectado para brindar.
¡Cuál fue su cara de sorpresa al darse cuenta de que el líquido que estaba
en su copa era transparente e incoloro! Acercó su nariz y conFrmó que tam
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poco tenía olor y, como buen catador de vinos, bebió un sorbo.
.. ¡El vino no
tenía sabor a vino, ni a ninguna otra cosa!
El rey pidió otra copa de vino del tonel, y otra, y otra. Todo era igual: inco
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loro, inodoro y sin ningún sabor. Mandaron llamar a los mejores alquimistas
de Uvilandia, el resultado: el tonel estaba lleno de agua pura.
—¿Qué conjuro, reacción química o hechizo había transformado el vino
en agua?
Se acercó el más anciano de sus ministros de gobierno y le dijo al oído:
—¿Milagro?, ¿conjuro?, ¿alquimia? Nada de eso, muchacho. Vuestros súb
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ditos son humanos. Majestad, es todo.
—No entiendo —dijo el rey.
—Tomemos de ejemplo a Juan, él tiene un enorme viñedo que abarca desde
el monte hasta el río. Las uvas que cosecha son de las mejores del reino y su vino
es el primero en venderse y al mejor precio. Esta mañana cuando se preparaba
con su familia para bajar al pueblo, una idea le pasó por la cabeza.
.. “¿Y si yo pu
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siera agua en lugar de vino, quién podría notar la diferencia? Una sola jarra de
agua en quince mil litros de vino.
.. nadie notaría la diferencia.
.. ¡Nadie!”.
—Y nadie lo hubiera notado, muchacho, salvo por un detalle: ¡todos pen
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saron lo mismo!
²uente: Adaptación de un texto de Jorge Bucay, adaptado a su vez de un cuen
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to del Infante Don Juan Manuel, el
Conde Lucanor
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LECCIÓN 16