177
II
ESPAÑOL
Los puercos de Nicolás Mangana
Jorge Ibargüengoitia
Nicolás Mangana era un campesino pobre pero ahorrativo. Su mayor ilusión era juntar
dinero para comprar unos puercos y dedicarse a engordarlos.
—No hay manera más fácil de hacerse rico —decía—. Los puercos están comiendo y el
dueño nomás los mira. Cuando ve que ya no van a engordar más, los vende por kilo.
Cada vez que a Nicolás Mangana se le antojaba una copa de mezcal, decía para sus aden-
tros:
—Quítate, mal pensamiento.
Sacaba de la bolsa dos pesos, que era lo que costaba el mezcal en la tienda del pueblo
donde vivía y los echaba por la rendija del puerco de barro que le servía de alcancía.
—En puerco se han de convertir —decía al oír sonar las monedas.
Cuando alguno de sus hijos le pedía cincuenta centavos para una nieve, Nicolás decía:
—Quítate esa idea de la cabeza, muchacho —sacaba un tostón de la bolsa, lo echaba en el
puerco de barro y el niño se quedaba sin nieve.
Cuando la esposa le pedía rebozo nuevo, pasaba lo mismo. Veinticinco pesos entraban en
la alcancía y la señora seguía tapándose con el rebozo luido.
Compró un libro que decía cuáles son los alimentos que deben comer los puercos para
engordar más pronto y lo leía por las tardes, sentado a la sombra de un mezquite. Cada
vez que se juntaba con sus amigos hablaba de puercos, y cuando no hablaba de puercos
hablaba de carnitas, y cuando no de carnitas, de morcilla. Acabaron diciéndole “Nicolás,
el de los puercos”.
Tantas copas de mezcal no se tomó Nicolás, tantas nieves no probaron sus hijos y tantos
rebozos no estrenó su mujer, que el puerco de barro se llenó.
Cuando Nicolás vio que ya no cabía un quinto más, rompió la alcancía y contó el dinero
que estaba adentro, llevó la morralla a la tienda y la cambió por un billete nuevecito que
tenía grabado junto al número mil la cara de Cuauhtémoc.
Regresó a la casa, junto a la familia y les dijo:
—No somos ricos, pero ya mero. Con este billete que ven ustedes aquí voy a ir a la feria de
San Antonio y voy a comprar unos puerquitos, los vamos a poner en el corral de atrás, los
vamos a engordar, los vamos a vender y vamos a comprar más puerquitos, los vamos a
engordar y los vamos a vender y vamos a comprar todavía más puerquitos y así vamos
a seguir hasta que seamos de veras ricos.
Su mujer y sus hijos se pusieron muy contentos al oír esto y cantaron a coro:
—No somos ricos, pero ya mero.
Ya mero.
Nicolás metió el billete debajo del petate y todas las noches antes de acostarse, la familia
se juntaba alrededor de la cama, Nicolás levantaba el petate y todos veían que allí estaba
el billete todavía. Después de esto cada quien se iba a su cama, se dormía y soñaba que
era rico. Nicolás, que estaba frente a un cerro de carnitas, haciendo tacos y vendiéndolos
a dos pesos cada uno; su mujer soñaba que estaba viendo la televisión, los niños soñaban
que compraban helados y los chupaban.