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Libro para el Maestro
A N E X O 5
No lo dice abiertamente, pero en el fondo se trata
de mantener viva la esperanza de su regreso. Por
eso aceptaron pasar una Navidad medio tristona.
Es el precio de la ausencia.
Los que se fueron
Nueva York.–
A pesar de la costumbre, en esta
ocasión, Carlos no se unirá al millón y medio de
compatriotas suyos que viajan de regreso a
México para las fiestas decembrinas.
“Prefiero mandar la feria a mis jefes,
pa’
salir de
broncas”, dice.
En un pequeño apartamento en el sur de El Bronx,
una de las zonas más pobres de Nueva York, don-
de se han establecido muchos mexicanos llegados
a esta ciudad durante la última década y media,
viven Carlos y su esposa Teresa Trujillo.
Ellos comparten casa con otros cinco paisanos,
tres de su barrio en el estado de México y dos de
Puebla.
Entre una máquina de hacer pesas, la computa-
dora, el estéreo y la cama, estos jóvenes de Chal-
co platicaron con
Masiosare
sobre las razones
que les impiden ir a México.
Hace cinco años, Carlos llegó a Nueva York, como
parte de un visible cambio registrado en el pa-
trón migratorio de los mexicanos a Estados Uni-
dos, tradicionalmente dirigido a California, Illi-
nois o Texas.
A su llegada, él trabajaba más de 12 horas dia-
rias, seis días a la semana, planchando ropa en
una tintorería de Queens, en donde ganaba 230
dólares a la semana. Esto, en una ciudad donde
rentar un apartamento de dos recámaras cuesta
alrededor de mil 500 dólares al mes.
“Cuando te vienes, todo mundo te habla de
dólares”, dice, “pero nadie te dice que hay que
pagar renta, luz, teléfono, y que conseguir una
buena
chamba
, está cabrón”.
En esto Carlos tiene razón. La semana pasada, el
Departamento del Trabajo del estado de Nueva
York reveló que la ciudad alcanzó este mes su
nivel más alto de desempleo (8%) en los últimos
10 años.
Por si fuera poco, 62 mil trabajadores neoyorqui-
nos se quedarán sin ingresos a partir del 28 de
diciembre, sumándose a los 182 mil trabajadores
que perdieron su derecho a recibir el seguro de
desempleo y continúan sin poder trabajar desde
junio pasado, de acuerdo con el Proyecto de Des-
empleo de la Ciudad de Nueva York.
No obstante, aunque con menor intensidad,
continúa el éxodo de mexicanos –sobre todo po-
blanos– a la
Gran Manzana
, donde se hallan por
todas partes: en la industria de la construcción,
los textiles y el trabajo doméstico, en oficinas
[...], pero principalmente en los servicios turísti-
cos, que sostienen la economía local.
Ahora Carlos gana 600 dólares semanales, por 40
horas de trabajo. “Pero tuve que [trabajar] cinco
años, y bien raspaditos, para tener lo poco que
tengo”.
Con todo, “lo que gana Carlos no alcanza”, dice
Teresa –de 21 años, uno menos que su pareja–
con mal disimulado desdén.
Carlos recuerda que desde los seis años, con su pa-
dre solía recorrer en un triciclo “las polvorientas
calles de Chalco”, vendiendo cloro, “a todo pul-
món”. Quince años después, sigue trabajando duro.
–Para que mi jefa levante su casa –afirma orgu-
lloso.
Sus envíos de dinero forman parte de los 10 mil
millones de dólares que entran como remesas
anualmente a México, esos sí, sin problemas para
cruzar la frontera.
Cruzar de mojado [.
..]
Además de la razón económica, hay otra para no
ir a México: “Cruzar la
línea
de
mojado
[...]”, afir-
ma Carlos, con la certeza que da la experiencia.
Le asiste la razón. Hasta el pasado mes de no-
viembre, tan sólo de este lado de la frontera han
muerto 325 personas en el cruce; 15 de ellos ni-
ños, según el Servicio de Inmigración y Naturali-
zación (SIN).