Al respecto, podemos apoyarnos en las ideas de Eric Bentley:
A los chicos les encanta ponerse la ropa de los mayores y fingir que son alguna otra
persona. Se divierten con muñecas, títeres y tablados de juguete. Se emocionan
enormemente si se los lleva a cierta clase de espectáculos. Pero aun así, no se nos
ocurriría decir que un niño se siente “sacudido” por la escena. Hay una edad
característica para este fenómeno: los últimos años de la
adolescencia
. En
algunas escuelas de arte dramático, donde la mayoría de los estudiantes tienen
alrededor de diecisiete años, es posible encontrar un grupo que se siente
plenamente “sacudido” por la escena.
Si conmueve en los años de la
pubertad
, podría surgir una explicación: el teatro es
la extensión de un rito de pubertad, la expresión de la súbita irrupción de la
madurez física. ¿Pero por qué ocurre a los diecisiete años? En un sentido estricto,
nada; no obstante, esa edad es una de las más interesantes y decisivas en la vida
de todo ser humano, [.
..] Es el momento en que, si fuéramos pájaros, nos obligarían
a salir del nido y, en que siendo hombres, podemos lograr que nos envíen a una
escuela de arte dramático.
Es una época en la que los conflictos del adolescente con sus padres, con el hogar,
y la familia, a menudo se hacen conscientes y penosos. No nos hallamos todavía,
en realidad, preparados para ser independientes, para fundar nuestro propio hogar
o instalarnos por nuestra propia cuenta en el gran mundo;
empero
, eso
–
o quizás
algo más difuso pero también más explosivo
–
es exactamente lo que queríamos
hacer. Con el inquebrantable deseo humano de obtenerlo todo a la vez, nos
gustaría rebelarnos sin tener que enfrentar las consecuencias de la rebelión. Nos
gustaría trasladarnos a otro país, pero, no obstante permanecer en éste. El teatro
es otro país que podemos visitar sin abandonar el nuestro. ¡Y qué maravilloso país!
¿Qué ocurre con el teatro, que es capaz de ejercer una atracción tan poderosa, tan
subyugante
? Pues, sin duda, es la violencia de la reacción
–
sólo comparable con
el más ciego enamoramiento
–
lo que resulta digno de atención. ¿Por qué puede el
teatro encandilar con la fuerza del rayo?
Tal vez aquellos que hablan de la magia de la escena han hallado –en forma
involuntaria
–
una clave aunque la concepción que comúnmente se tiene de la
magia no nos llevaría muy lejos. Si la escena es
ilusoria
, pero no somos
obnubilados
por el engaño: sólo nos dejamos engañar. Freud es quien ha llamado
la atención sobre el aspecto de la magia que tendría que ver con el teatro. Es la
magia como una expresión de la fantasía de la
omnipotencia
. En el mundo real,
decimos, los chicos a menudo se ven en apuros, debido a que suponen que sus
pensamientos se traducen en actos, que los pensamientos pueden suprimir los
obstáculos que se les oponen. El mundo, decimos, les hace poner los pies sobre la
tierra. Pero supongamos que ellos se niegan a poner los pies sobre la tierra. ¿No
constituye el teatro entonces, un refugio apropiado? ¿No reina acaso, la fantasía en
este mundo más reducido? ¿No son en él, por cierto, los pensamientos
omnipotentes?
201