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Libro para el maestro
A N E X O 2
el fuego el alma que en el pecho encierra,
la espuma el mar, y el aire es el suspiro,
en cuya confusión un caos admiro,
(pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento
monstruo es de fuego, tierra, mar y viento),
de color remendado;
rucio, y a su propósito rodado,
del que bate la espuela,
que en vez de correr vuela,
a tu presencia llega
airosa una mujer.
SEGISMUNDO:
Su luz me ciega.
CLARÍN:
¡Vive Dios, que es Rosaura!
[Retírase.]
SEGISMUNDO:
El cielo a mi presencia la restaura.
ESCENA X
Sale ROSAURA, con vaquero, espada y daga.
ROSAURA:
Generoso Segismundo,
cuya majestad heroica
sale al día de sus hechos
de la noche de sus sombras;
y como el mayor planeta,
que en los brazos de la aurora
se restituye luciente
a las plantas y a las rosas,
y sobre montes y mares
cuando coronado asoma,
luz esparce, rayos brilla,
cumbres baña, espumas borda:
así amanezcas al mundo,
luciente sol de Polonia,
que a una mujer infelice
que hoy a tus plantas se arroja
ampares por ser mujer
y desdichada: dos cosas
que para obligarle a un hombre
que de valiente blasona,
cualquiera de las dos basta,
cualquiera de las dos sobra.
Tres veces son las que ya
me admiras, tres las que ignoras
quién soy, pues las tres me viste
en diverso traje y forma.
La primera me creíste
varón en la rigurosa
prisión, donde fue tu vida
de mis desdichas lisonja.
La segunda me admiraste
mujer, cuando fue la pompa
de tu majestad un sueño,
una fantasma, una sombra.
La tercera es hoy, que siendo
monstruo de una especie y otra,
entre galas de mujer
armas de varón me adornan.
Y porque compadecido
mejor mi amparo dispongas,
es bien que de mis sucesos
trágicas fortunas oigas.
De noble madre nací
en la corte de Moscovia,
que, según fue desdichada,
debió de ser muy hermosa.
En ésta puso los ojos
un traidor que no le nombra
mi voz por no conocerle,
de cuyo valor me informa
el mío; pues siendo objeto
de su idea, siento ahora
no haber nacido gentil,
para persuadirme loca,
a que fue algún dios de aquéllos
que en metamorfosis llora
lluvia de oro, cisne y toro
en Dánae, Leda y Europa.
Cuando pensé que alargaba,
citando aleves historias,
el discurso, hallo que en él
te he dicho en razones pocas
que mi madre, persuadida
a finezas amorosas,
fue como ninguna bella
y fue infeliz como todas.
Aquella necia disculpa
de fe y palabra de esposa
la alcanzó tanto, que aún hoy
el pensamiento la llora;
habiendo sido un tirano
tan Eneas de su Troya,
que la dejó hasta la espada.