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La señora se quedó pensando.
Luego de un rato, le dijo que podía
pagarle si le leía una carta, pues
ella no sabía leer.
El hombre aceptó. Entró a la casa
y se sentó a la mesa.
La señora le sirvió un buen plato de
frijoles y un vaso de agua fresca.
Cuando el hombre terminó de
comer, agarró la carta. Le dio tres
vueltas. La miró de cerca y de lejos.
“¡Qué feo!”, dijo. “Pero ¡qué feo!”,
volvió a decir.