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—¡Qué desgraciada soy! —exclamó la
mujer—. ¿Cómo has podido desearme
esto? Eres malo.
—Te aseguro —dijo el marido muy
afligido— que lo he hecho sin querer.
No sabes cuánto lo siento. Voy a desear
mucha riqueza y te haré un estuche de
oro para esconder la salchicha.
—¡Vaya solución! ¡Ni se te ocurra! —dijo
la mujer— que prefiero morir a vivir con
esto pegado a la nariz para siempre.
¡Por favor, nos queda sólo un deseo!
¡Déjamelo a mí o me tiro por la ventana!
Y diciendo esto, corrió hacia la ventana.