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“El cazador y la anjana”, en
Cuentos mágicos
,
Madrid, Susaeta, 2008, pp. 81-84 (adaptación).
Total, que el cazador se juró a sí mismo no volver al pueblo
sin cobrar una pieza, apretó los dientes y tiró monte arriba con
nuevos ánimos.
Y fue entonces cuando le salió al paso una liebre. Pero no era
la típica liebre de olfatear el peligro salir corriendo. Esta liebre lo
olió, y lo vio, pero no huía.
El cazador apuntó a la liebre, disparó… y nada. Y allí seguía
la liebre como si nada. Apuntó otra vez, disparó… y falló de
nuevo. La liebre se estaba burlando de él. Y eso no lo podía
permitir…
Siguió disparando y siguió fallando. Ya casi se le habían
terminado las municiones, cuando, para colmo, la liebre se
convirtió en una bella mujer.
El cazador se quedó perplejo, pero era tal la belleza de aquella
mujer que sin pensarlo dos veces se acercó a ella para abrazarla.
Y entonces, la mujer se convirtió en aire.
Entonces, el aire que había sido mujer, que había sido liebre y
que en realidad era una anjana, habló y dijo así:
—Cazador cazado, que te sirva este vacío como lección por
todos los animales indefensos que has matado, no por hambre,
ni por necesidad, sino tan sólo por placer. No olvides nunca que
quien la hace la paga, tarde o temprano.
Y la anjana desapareció.
—De ahora en adelante trabajaré de veterinario.
La anjana, que lo estaba oyendo, se retiró con una sonrisa en
los labios.