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Paseaban juntos un día por un sendero entre
la hierba alta, cuando, zas, de la pradera salió
de un brinco el Leopardo y pegó un revolcón al
marido de la Gata, que quedó despanzurrado
en el suelo.
—¡Vaya! —dijo la Gata—. Mi marido ha
mordido el polvo; ahora comprendo que la
criatura más espléndida de la selva no es él,
sino el Leopardo —y la Gata se fue a vivir con
el Leopardo.