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Julián Villagrán, Josefa Ortiz de Domínguez,
Ignacio Allende, José María Morelos y Miguel Hidalgo.
Mural de Roberto Cueva del Río.
Durante tres siglos, la vida de la mayoría de las personas que trabajaban en las ciudades,
pueblos, villas, reales de minas y en el campo de Nueva España, transcurrió entre la
injusticia, la explotación, la ignorancia y la amenaza que representaban el hambre y las
epidemias.
Esta situación no fue ajena a las personas que vivían en lo que hoy es el estado de Hidalgo.
La mayoría de la población era campesina y trabajaba en haciendas y ranchos propiedad de
ricos españoles peninsulares, de algunos criollos y de la Iglesia. En los reales de minas, como
Pachuca, Real del Monte y Zimapán, indígenas, mestizos y castas extraían los minerales en
condiciones difíciles. Otros trabajadores se dedicaban a labores artesanales; por ejemplo,
la confección de telas en los obrajes, la preparación de pieles para fabricar zapatos en las
curtidurías, o en oficios comunes, como albañiles, carpinteros, ladrilleros, talladores de
cantera, sastres, cereros, jaboneros; también trabajaban en la elaboración de productos
demandados por la población.
La invasión de Francia a España en 1808 detonó la inconformidad de mujeres y hombres del
sector criollo ilustrado. Se manifestaron a favor de gobernar el país donde habían nacido, en
lugar de que los principales puestos de la administración virreinal siguieran en poder de los
españoles peninsulares.
Esta inquietud provocó que Miguel
Hidalgo llamara al pueblo a luchar por la
independencia la madrugada del 16 de
septiembre de 1810 en el pueblo de Dolores,
Guanajuato. El movimiento que convocó se
extendió por Nueva España, conforme
se sumó la población trabajadora y de
comunidades indígenas y mestizas que
buscaba mejorar sus difíciles condiciones
de vida.
En lo que hoy es Hidalgo, las principales
regiones donde se apoyó la Independencia
fueron los llanos de Apan y el Valle del
Mezquital.