Practica esta lección: Ir al examen
137
lloro por mi pelota de oro, que se me cayó en la fuente
.
Cálmate y no
llores más —replicó la rana—, yo puedo arreglarlo. Pero ¿qué me darás si
te devuelvo tu juguete?
.
Lo que quieras, mi buena rana —respondió la
niña—, mis vestidos, mis perlas y piedras preciosas; hasta la corona de
oro que llevo
. Mas la rana contestó:
No me interesan tus vestidos, ni
tus perlas y piedras preciosas, ni tu corona de oro; pero si estás dispuesta
a quererme, si me aceptas por tu amiga y compañera de juegos; si dejas
que me siente a la mesa a tu lado y coma de tu platito de oro y beba
de tu vasito y duerma en tu camita; si me prometes todo esto, bajaré al
fondo y te traeré la pelota de oro
.
¡Oh, sí! —exclamó ella—, te prometo
cuanto quieras con tal que me devuelvas la pelota
. Mas pensaba para
sus adentros:
¡Qué tonterías se le ocurren a este animalejo! Tiene que
estarse en el agua con sus semejantes, croa que te croa. ¿Cómo puede
ser compañera de las personas?
.
Obtenida la promesa, la rana se zambulló en el agua, y al poco rato
volvió a salir, nadando a grandes zancadas, con la pelota en la boca.
Soltola en la hierba, y la princesita, loca de alegría al ver nuevamente su
hermoso juguete, lo recogió y echó a correr con él.
¡Aguarda, aguarda!
—gritole la rana—, llévame contigo; no puedo alcanzarte; no puedo correr
tanto como tú!
. Pero de nada le sirvió desgañitarse y gritar
cro, cro
con todas sus fuerzas. La niña, sin atender a sus gritos, seguía corriendo
hacia el palacio, y no tardó en olvidarse de la pobre rana, la cual no tuvo
más remedio que volver a zambullirse en su charca.
Al día siguiente, estando la princesita a la mesa junto con el rey y todos
los cortesanos, comiendo en su platito de oro, he aquí que plis, plas, plis,
plas: se oyó que algo subía fatigosamente las escaleras de mármol de
palacio y, una vez arriba, llamaba a la puerta:
¡Princesita, la menor de las
princesitas, ábreme!
. Ella corrió a la puerta para ver quién llamaba y, al
abrir, encontrarse con la rana allí plantada. Cerró de un portazo y volviose
a la mesa, llena de zozobra. Al observar el rey cómo le latía el corazón,
le dijo:
Hija mía, ¿de qué tienes miedo? ¿Acaso hay a la puerta algún
gigante que quiere llevarte?
.
No —respondió ella—, no es un gigante,
sino una rana asquerosa
.
Y ¿qué quiere de ti esa rana?
.
¡Ay, padre
querido! Ayer estaba en el bosque jugando junto a la fuente, y se me