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Redactas textos personales
Obstinado:
perseverante, tenaz.
Reparar:
mirar con cuidado, notar, advertir algo.
Irrevocable:
que no se puede revocar o anular.
Bregar:
trabajar afanosamente.
Novel:
que comienza a practicar un arte o una profesión, o tiene poca experiencia en
ellos.
Candorosidad:
sinceridad, sencillez, ingenuidad.
Engendro:
plan, designio u obra intelectual mal concebidos.
Halagador:
que muestra admiración o afecto.
Almibarado:
demasiado dulce o amable.
el estilo que le con
¿
ere el emisor al emplear la lengua, su sello propio (claro, sencillo,
monótono, ameno, divertido, irónico, poético, etc.), y la aplicación de las propiedades
de la redacción: adecuación, coherencia y cohesión, ya estudiadas en el bloque III.
Para su comprensión y redacción los textos personales, deben ser apropiados para
la persona a la que se dirige, recordando que generalmente son transmitidos a
personas que te conocen o saben de ti. Asimismo, deben tener con la coherencia
necesaria y la estructura de las palabras.
Lee el siguiente ejemplo tratando de identi
¿
car los elementos de las estructuras
interna y externa.
El novelista y su ambiente
Mariano Azuela
(fragmento)
Allá por los años de 1921 y 22, cansado del anonimato, porque no obstante haber escrito,
publicado y distribuido nueve novelas -entre ellas
Los de abajo, Mala yerba, Las tribulaciones
de una familia decente,
que ahora son las de más éxito editorial cuando menos
el público lector
se había
obstinado
en no
reparar
ni en mi nombre siquiera, me propuse en un esfuerzo
¿
nal,
abandonar estas actividades si por enésima vez fracasaba. Mi decisión era
¿
rme,
irrevocable
.
La verdad es que nunca fui demasiado ambicioso: largos años me mantuve en la
brega
sin
más estímulo que alguna carta privada, dos o tres renglones náufragos en el mar de líneas
de un diario o una revista. En mis primeros ensayos como todo escritor
novel
suele hacerlo
incurrí en la
candorosidad
de enviar mis
engendros
a literatos de renombre, maestros de las
letras y a cuantos mostraban interés por la cultura nacional. Recibía en cambio juicios más o
menos
halagadores
, inspirados seguramente por cortesía y no por merecimientos; muchos me
acusaban recibo con dos o tres frases
almibaradas
o a menudo con lugares comunes, fórmulas
de cajón, francamente reveladoras de que mi obra no había sido leída ni se leería nunca.
El que da sus primeros pasos en las letras lo que menos se imagina es que sus galantes
obsequios vayan a caer en los puestos de libros viejos cuando tuvieron la buena suerte de no
servir para atizar el calentador del baño.
Fuente: Azuela, 1959.
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