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Rafa le fue a preguntar a la bebita
mágica. A lo mejor ella sabía. Se trepó
a la cuna y le preguntó mil y mil veces,
cuarenta y mil veces. Pero la hermanita
no lo veía, ni lo oía. Seguía durmiendo
con su olor a bebé.
A Rafa se le ocurrió entonces ir con su
papá. Se le acercó despacito y le preguntó:
—Oye, papá ¿cómo puedo dejar de ser
invisible? Hace cuatro días que nadie
me ve. Ya estoy aburrido.
¡El papá sí lo oyó!
Rafa había dicho sin querer las palabras
mágicas. Su papá volteó y le dijo: