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Rafa, el niño invisible
Rafa ya era un niño grande. Podía vestirse
y peinarse solo. Sabía cuál zapato iba bien
en cada pie. ¡Con decirles que necesitaba
abrir toda la mano para decir sus años! Sí,
ya era bastante grande Rafa.
Rafa no sabía cómo iba a cambiar todo
cuando la panza de su mamá se puso
grandota. Él seguía yendo a la escuela
como siempre, con su papá.
—¡Véngase mi hijo, arriba! —decía y lo
cargaba cantando por el camino.
A mediodía lo recogía su mamá. ¡Ay, le
costaba tanto trabajo caminar! Le decía
—¡Rafa, espérame!
Y entonces él se paraba a ver bichitos
por el camino.
Así se le pasaban los días.
De repente lo despertaron en la noche.
—Tápate bien, hijito, que hace frío —dijo
su mamá.
Bien abrigado se lo llevaron
a casa de sus abuelos.
Ellos lo recibieron con cara de dormidos.
—Ñom, ñom.
La abuela se veía bien chistosa. ¡Je!
¡Tenía los pelos parados!
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