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Joaquín llegó a eso de las cinco de la tarde a la Basílica de
Nuestra Señora de Guanajuato. Separó las piernas de su tripié,
montó sobre él la cámara, puso al lado su nueva y ligerita
alcancía y empezó a pregonar:
—¡Qué no se le escape el momento,
tómese ahora una fotografía por tan
sólo siete centavos y le será entregada
directamente en su domicilio! ¡Señoras
y señores, para que sus nietos les crean
que fueron jóvenes, nada mejor que una
fotografía! ¡Sólo siete centavos por el
recuerdo de un día inolvidable!
Al rato, un señor se le acercó.
—¿Por qué ha llegado tan tarde?
La boda ya terminó y no hubo quien
tomara una sola fotografía. Vamos, va-
mos, al menos tómela antes de que se
suban a la carroza.
Desmontó su cámara y corrió tras los novios. Pudo pescar-
los justo en el momento en que se subían. Fueron los primeros
siete centavos que cayeron en la panza del cochinito.
Pasaron así las semanas. Joaquín fue perfeccionando poco a
poco varias técnicas y trucos fotográficos, al mismo tiempo
que sus ahorros iban aumentando. De pronto sintió que ya casi
llegaba el momento de que fuera otro el fotógrafo que estuviera
en una boda, la suya propia. El cochinito, al que no abandona-
ba nunca, estaba a punto de llenarse; aunque costaba trabajo
trasladarlo de un lugar a otro, no lo dejaba ni para dormir.