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Podría decirse que la boda fue una de las más concurridas de
esa época. No se había visto un vestido tan elegante en mucho
tiempo como el que llevaba Maclovia, ni se sabía de una son-
risa tan segura como la que presumía Joaquín ese día. Doña
Sebastiana y don Carmelo abrazaban y recibían abrazos de
los Sánchez y Sánchez. Los hermanos de Quino prendían cohe-
tes para asustar a las viejitas. Chema y Poncho echaban novia
y envidiaban a su amigo recién casado. La gente comentaba,
murmuraba y hacía juicios, pero estaba muy contenta. Y un
fotógrafo, amigo de Quino, corría de un lado a otro para foto-
grafiar todo lo que sucedía.
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Un domingo, Joaquín y Maclovia desayunaban en el jardín
huevos estrellados con la yema rota, leche, jugo y panes con
miel de higo. Quino había montado un estudio de fotografía
en su propia casa y escribía algunos reportajes para
El Impar-
cial
como corresponsal en Guanajuato. Maclovia, que había
renunciado a ser la mejor cocinera, le ayudaba a revelar los
rollos, a peinar y a arreglar a los niños que llegaban a retratarse
y cobraba a los clientes morosos. Podría decirse que era una
pareja feliz.
Ese domingo, después del desayuno, Joaquín y Maclovia
se pusieron a regar las flores. De pronto escucharon un ruido.
Descubrieron en medio del jardín a un sapo que los miraba
con ojos azorados.
Puedes continuar tu lectura con
Mi abuelo es poeta
, la historia de
un niño solitario y tímido, que se
esconde del mundo y necesita de algo
fantástico para dar un giro a su vida.
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