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“Los ratos que estaba ocioso —que eran los más del año—,
se daba a leer libros de caballerías con tanta afición y gusto,
que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la
administración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad
y desatino en esto que vendió muchas fanegas (parcelas) de
tierra de sembradura para comprar libros de caballerías.
Se enfrascó tanto en su lectura que se pasaba las noches le-
yendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio; y así
del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro, de ma-
nera que vino a perder el juicio. Se le llenó la fantasía de todo
aquello que leía en los libros hasta que, rematado ya su juicio,
vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco
en el mundo, y fue que le pareció convenible y necesario,
así para el aumento de su honra como para el servicio de su
república (de su patria, de su tierra), hacerse caballero andan-
te e irse por todo el mundo con sus armas y caballo a buscar
las aventuras y a ejercitarse en todo aquello que él había leído
que los caballeros andantes se ejercitaban”.