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Una vez decidido a convertirse en
caballero andante, este buen hombre se
pasó un gran rato limpiando unas armas
y una armadura que había heredado de
sus bisabuelos; a la armadura le faltaba
la celada (el casco), así que él se la hizo
de cartón. Enseguida pasó cuatro días
pensando qué nombre le pondría a su
caballo, hasta que le pareció que no ha-
bía mejor nombre que Rocinante, y ocho
días más pensando en su propio nombre,
hasta que llegó a la conclusión de que no
había mejor manera de llamarse que don
Quijote de la Mancha.
“Por último, se dio a entender que no
le faltaba otra cosa sino buscar una dama
de quien enamorarse; porque el caballe-
ro andante sin amores era un árbol sin
hojas y sin fruto y cuerpo sin alma. Y
fue a lo que se cree, que en un lugar cer-
ca del suyo había una moza labradora
de muy buen parecer (muy hermosa), de
quien él un tiempo anduvo enamorado
aunque, según se entiende, ella jamás
lo supo ni se dio cata (cuenta) de ello.
Se llamaba Aldonza Lorenzo, y a ésta le
pareció ser bien darle título de señora
de sus pensamientos y, buscándole nom-
bre que no desdijese mucho del suyo y
que tirase y se encaminase al de princesa
y gran señora, vino a llamarla Dulcinea
del Toboso”.