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el remedio a su mal. Hubo junta de los médicos más acredi-
tados de la ciudad, a la que fue llamado nuestro remendón.
Los diez doctores ahí presentes vieron con aire burlón al pobre
sastre, quien dejó que los sabios hablaran y dieran por segura
la muerte del enfermo. Vista su comadre en el buen sitio, se
conformó con decir:
—Yo lo salvaré.
En las barbas se le rieron los doctores y lo calificaron de
loco y pretencioso. Sin embargo, a los tres días estaba el pa-
ciente fuera de peligro gracias a las seis píldoras de migajón
que sacó de su bolsa y le hizo tragar.
Así fue que crecieron su fama y sus recompensas, hasta
ya no tener tiempo ni para dormir. La mujer dio a luz un niño
y la Muerte se presentó a cumplir su palabra. El doctor
ofreció a la Muerte espléndido banquete, generosos vinos y
fuertes aguardientes. Cuando la vio templadita le dijo:
—Querida comadrita, espero que te olvidarás de tu
compadre todo lo más posible.
—Te prometo compadre, a fe de Muerte, que tres días
antes de venir por ti te vengo a avisar.
Tomaron otras copas a salud del ahijadito y despidién-
dose de sus compadres se fue la Muerte a su oficio eterno.
Y como no hay plazo que no se cumpla, una mañana,
muy temprano y sin molestar al portero, que se le aparece su
comadre al famoso doctor:
—Compadre, te vengo a avisar que dentro de
tres días vengo por ti.
Con tal aviso ya no pudo conciliar el
sueño, ni quiso salir a atender enfermos,
ni tomar alimento alguno. Tampoco le
consoló que su mujer dijera que todo era
una chanza de su comadre. Así desconso-
lado le hizo caso a su esposa cuando le dijo: