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Lo mandó a la princesa y al día siguiente se fue a la plaza.
La dama de compañía se acercó y le dijo: —La princesa agra-
dece mucho el dibujo, pero manda preguntar, ¿quién es la
muchacha que ahí aparece?
—¿Cómo que quién es? —preguntó el príncipe—. Pues
es ella. Dile que el dibujo está hecho con los ojos del corazón.
Al día siguiente, la dama de compañía de todos los días ya
estaba ahí en la plaza esperando al príncipe, cuando éste llegó
en busca de algún recado.
—Te tengo una mala noticia —le dijo ella.
—¿Una mala noticia? —preguntó el príncipe.
—Sí
—Pues ándale, dímela ya.
—La princesa tiró a la basura todos tus regalos.
—¿Todos?
— Sí. Y te manda decir que ahora sí es no.
El príncipe quiso decir muchas cosas, pero se quedó mudo.
La dama de compañía le dijo: —Es que te anduvieron inves-
tigando y ahora saben que no eres un príncipe como los de
antes. Para seguir siendo príncipe tienes que trabajar. No tienes
grandes riquezas. Y la princesa dice que quiere un príncipe
como los de antes. Así que pues no.
El príncipe se quedó sin aire. Las piernas se le doblaron.
El corazón quiso detenerse y su vida parecía ponerse alas viejas
para volar donde el nunca más.
La dama de compañía tuvo que sostenerlo antes de que
cayera al suelo.
El príncipe dijo: —Es que ser príncipe en estos tiempos es
bien difícil y hay que trabajar.