2.2. La creación sonora: el arte de inventar sonidos musicales.
La “musicalidad” se puede entender como la clase de relación que los seres humanos
desarrollamos con la música, en cualquiera de sus modos creativos, interpretativos o
divulgativos.
¿Cómo nos relacionamos con la música? De distintas maneras: escuchando, cantando,
tocando instrumentos, creando música, hablando y escribiendo sobre ella. Como vimos
en el proceso musical, estas actividades han producido diversos especialistas y
profesiones musicales a través de la historia: compositor musical, autor de la letra que
se canta, cantante, instrumentista o ejecutante de algún instrumento, acompañante
instrumental de cantantes, dibujante musical, crítico o periodista musical y musicólogo
(investigador musical), por no hablar de otras profesiones más recientes relacionadas
con la industria moderna de la música y la producción de grabaciones (productor,
ingeniero de sonido, arreglista, DJ, diseñador de sonido, etcétera).
Sin embargo, las personas que no son músicos profesionales también tienen una
“musicalidad”, es decir, un vínculo musical que incluye la escucha, la ejecución vocal e
instrumental y hasta la creación de canciones o piezas instrumentales. Es raro
encontrar alguna persona a la que no le guste la música, o que por lo menos la
escuche. Pero es improbable conocer alguna persona que nunca haya escuchado
algún tipo de música en su vida. Así que todos tenemos una “musicalidad” particular
que puede ser comparable con la de otras personas: alta o baja, intensa o débil, vital o
superficial, desarrollada o inicial, constante o eventual, aceptable o mediocre.
¿Cómo influye la tecnología sobre la musicalidad de las personas? Los medios
tecnológicos que conservan y reproducen la música afectan nuestra musicalidad, ya
que pueden hacer que ésta cambie, mejore o disminuya. Por ejemplo, durante varios
siglos de nuestra historia las personas tuvieron una musicalidad más cercana a la
creación y la interpretación musical, pues si querían
escuchar
música o
bailarla
no
tenían más remedio que tocarla y cantarla. Tenían que asistir al teatro, a la iglesia o a
una fiesta particular para escuchar música “en vivo”, pues no habían grabaciones.
Con el desarrollo y la difusión de las tecnologías y los medios de grabación en el siglo
XX (discos de distintos materiales y formatos, cintas, casete, CD, minidisk, etcétera),
las personas del mundo dependemos cada vez más de las grabaciones para consumir
la música que necesitamos escuchar o bailar. La gente ya no invierte tanto tiempo en
aprender a tocar un instrumento o a cantar (a menos que sea músico profesional), sino
que prefiere comprar discos y coleccionarlos, o actualmente conseguir la música que le
gusta en Internet en formatos digitales (como MP3, etcétera). Es evidente que nuestra
musicalidad ha cambiado en el siglo XX y sigue cambiando en el siglo XXI, que nuestra
relación con la música ya no depende de crear, cantar o tocar música, sino de
comprarla o copiarla para reproducirla por cualquier medio a nuestro alcance.
31