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Libro para el maestro
SECUENCIA 8
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día llega al crucero donde se
arremolinan
cientos
como él para tomar los autobuses que, llenos a las seis
de la mañana, los transportan a la zona hotelera. Dos
horas después de salir de su casa llega a las puertas del
hotel donde labora[…]
En los
confines
de Cancún
La civilización termina a la orilla de la carretera[…] Sel-
va adentro, a lo largo de más de 10 kilómetros de calle de
tierra, se han asentado algunas de las últimas oleadas de
migrantes, atraídos por promesas de empleo seguro para
un mercado laboral cada vez más restringido.
Es el caso de la familia de Tomasa, proveniente de
Coatzacoalcos. Vive al final de la calle de terracería. Su
casa es un cuarto de cartón y un tejado con un fogón,
donde en esos momentos fríe unas tostadas para el
hijo. El patrimonio familiar es una Combi con la que
Leonardo, el mayor de los hijos, da servicio de trans-
porte a la colonia. Y una bicicleta de afilador, el oficio
del marido. Nadie en esa familia sabe leer o escribir.
Por eso, reconoce doña Tomasa, se tienen que confor-
mar con los empleos que nadie quiere. Con todo, agra-
dece la suerte de haber podido comprar un terreno de
10 por 20 metros cuadrados a 15 mil pesos, en un pa-
raje rodeado de selva[…]
Para doña Lucía Chí y su marido, Antonio U, el
sueño de Cancún significó que pudieran darle univer-
sidad a su único nieto. En su pueblo, Calkiní, Campe-
che, no hubieran podido. No fue fácil con el salario de
jardinero de Antonio. Eso fue hace 20 años. El matri-
monio, ya envejecido, sigue viviendo en una casa de
láminas sin servicio alguno. Aunque la falta de electri-
cidad no impide que al anochecer Lucía disfrute sus
telenovelas, con la
tele
enchufada a una vieja batería de
coche.
Vecinas de Lucía son doña Victoria y su hija. Lle-
garon en andrajos de La Reforma, Selva Lacandona
chiapaneca. Trabajan de voceadoras en el centro de la
ciudad.
Por la calle pasa el carrito de aguas frescas. Efraín
Velázquez, un joven que viene llegando del trabajo, lo
detiene, compra y paga con un dólar. Es mesero del
Moon Palace, un centro
gran resort
que se dice el últi-
mo grito del lujo y la diversión de la Riviera Maya, y
viste aún el pulcro uniforme del bar donde sirve tra-
gos sofisticados. Viene a visitar a su hermano Maria-
no, panadero en los hornos del Gran Meliá. Efraín ya
subió todo el escalafón en su especialidad: mozo,
steward
, garrotero, mesero. Fue afortunado porque re-
cientemente se impuso como requisito el dominio del
inglés desde nivel de garrotero. Él, dice, no la hubiera
librado. A pesar de sus salarios de 3 y hasta 4 mil pesos
al mes, los hermanos Velázquez, de origen tabasqueño,
prefirieron comprar los terrenos del ejido que pagar
renta en alguna otra colonia con servicios, aunque no
ven en lo inmediato que las autoridades vayan a intro-
ducir la electricidad. Tienen, como casi todos, un pozo
casero y una fosa séptica. Ésta desahoga directamente
en los ríos subterráneos. Y la basura de estas colonias
simplemente se arroja en los rincones menos pobla-
dos. Con la filtración de las lluvias, la falta de infraes-
tructura en los asentamientos irregulares contamina
los mantos freáticos.
Las regiones
Sientomiedo
La comunicadora maya Mari Cobá, de la Unión de
Mujeres Indígenas de Quintana Roo (UMIQR), cono-
ce casi todas las calles de este
otro
Cancún, y en cada
manzana tiene amigos y conocidos. Explica que, como
Santa Cecilia, hay al menos otras 300
regiones
irregu-
lares en la ciudad. Todas sin servicios. Las más pobla-
das son Valle Verde, Reyes, Avante. Tienen menos de
10 años de asentamiento. Otras, más antiguas, que da-
tan de los 60, son las
Sientomiedo
.
Cifras de la Secretaría de Desarrollo Social señalan
que la mitad de los 800 mil habitantes de Cancún, ciu-
dad de apenas 35 años, viven en condiciones de mar-
ginación o alta marginación. Hace algunas décadas
Cancún protagonizó lo que en su momento fue la ma-
yor explosión demográfica del país. Aún hoy la tasa de
crecimiento sigue siendo de 5 por ciento anual.
Los fundadores de Cancún bautizaron con núme-
ros los barrios de trabajadores que fueron llegando en
los años de auge. Las
Sientomiedo
eran los 101, 102,
103 y más. Eran pura selva y sus pobladores padecían
el acoso de las tarántulas y los asaltantes por igual. Hoy
ya son colonias pavimentadas, casi todas con alum-
brado público y drenaje. Los supermercados sustitu-
yeron a los tianguis tradicionales y las mayas cambia-