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Libro para el maestro
ESPAÑOL
161
I
ron el huipil por los tenis y las
bermudas. Hay escuelas y hasta
universidades
tecnológicas.
No
existen parques ni zonas verdes. Y
cada vez llegan más migrantes de
fuera a hacinarse en los cuartos
que se rentan.
“Cada alcalde que llega al mu-
nicipio de Benito Juárez alcanza a
ocuparse de dos o tres colonias
durante su administración”, dice
Mari Cobá.
“A veces nos sentamos a discu-
tir con amigos las posibilidades de
desarrollo de este enorme
cuarte-
río
que es el Cancún de los pobres
y llegamos a la conclusión de que
esta marginación nunca se va a
acabar. No hay quien pueda con esto.”
Solamente en Cancún, sostiene otro intelectual
maya, Jorge Cocom Pech, radican 50 mil mayaparlan-
tes de toda la República. El 60 por ciento del total de
mayas de todo Quintana Roo ya vive en la gran ciu-
dad. No hay estadísticas confiables sobre el resto de la
población indígena procedente de la República, por-
que los propios indios que llegan a esta urbe ocultan
su identidad. Pero en la inmensidad de colonias donde
se mezclan el maya, el tzotzil, el tzeltal, el náhuatl y el
zapoteco con muchas otras lenguas, no hay una sola
escuela bilingüe.
La vida de Mari Cobá, conductora del programa
La
Voz de los Indígenas
, de Radio Ayuntamiento, es, entre
miles, una rara historia de éxito. Ella inmigró buscan-
do a unos parientes de su pueblo San Pablo, munici-
pio de Lázaro Cárdenas, cuando tenía 18 años, y sólo
sabía cosas del campo y del nixtamal. Únicamente ha-
blaba maya. En su primer empleo de lavaplatos gana-
ba siete pesos a la semana. Escalón tras escalón llegó
hasta la zona hotelera, con empleo de camarista. Jor-
nadas de 12 horas y enormes exigencias. Llegó a su-
pervisora. Durante 10 años dejó de hablar su idioma.
“Aquí el maya no te sirve para nada. Y el choque cultu-
ral es por doble partida: con los patrones y con los tu-
ristas. Si no la defiendes, tu
identidad
se disuelve rápi-
damente”.
Mari Cobá es una convencida de que el turismo es
fuente de divisas, pero sólo para unos cuantos. Para
la mayoría lo que deja es marginación y para los in-
dios, pérdida de identidad. Lo resume con una ima-
gen: “¿Se ha fijado en esos autobuses que llevan el
promocional de Xcaret, ‘el paraíso sagrado de los
mayas’? Pues sólo así, dentro de los camiones, lo co-
nocemos nosotros; nunca tendremos los dólares que
se necesitan para visitar ese parque temático”.
El mercado laboral de la industria turística, que
hace una o dos décadas acogía a todo recién llegado,
está saturado. Así lo ve Hilda María Chan, otra maya
campechana que llegó aquí en los setenta, pionera de
Cancún. Su colonia es Las Culebras. Sus calles se lla-
man Boa, Coralillo, Cascabel, en recuerdo de los habi-
tantes originarios de esos terrenos. A pesar de que fue
de los primeros asentamientos, el pavimento y el agua
entubada aún no llegan a sus calles.
Todos sus hijos se forjaron un futuro en la hotelería.
Hoy son cajeros, encargados de ropería, cocineros. Ella,
que renta cuartos a los trabajadores recién llegados,
sabe que las oportunidades ya no son como antes. Las
empresas exigen más preparación y pagan menos; los
sindicatos —de la CROC, no hay de otro— se cobran
grandes tajadas del salario, y obtener un empleo de
planta ya es imposible. Los viejos contratos colectivos se
han esfumado. Hoy en día las trasnacionales hoteleras
contratan por 100 días y luego mandan “de descanso” a
los empleados. Luego los vuelven a contratar. Así los
trabajadores no desarrollan antigüedad ni derechos.
Muchos recién llegados —se calcula que unos 3 mil
cada mes— ya sólo alcanzan un
lugar en la economía informal,
sobre todo si son indígenas. Así,
se suman nuevas capas de mise-
ria a las anteriores.
Fuente: Blanche Petrich. “El otro Cancún,
enorme cuarterío de miseria”. En
La Jorna-
da
, 28 de marzo de 2005, p. 8.
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