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Libro para el maestro
ESPAÑOL
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I
La maestra dijo:
—De pie, niños, y bien derechitos.
Los niños se levantaron. El militar sonreía con sus
bigotes de cepillo de dientes bajo los lentes negros.
—Buenos días amiguitos —dijo—. Yo soy el capi-
tán Romo y vengo de parte del gobierno, es decir, del
general Perdomo, para invitar a todos los niños de
todos los grados de esta escuela a escribir una compo-
sición. El que escriba la más linda de todas recibirá, de
la propia mano del general Perdomo, una medalla
de oro y una cinta como ésta con los colores de la
bandera. Y por supuesto, será el abanderado en el des-
file de la Semana de la Patria.
Puso las manos tras la espalda, se abrió de piernas
con un salto y enderezó el cuello levantando un poco
la barbilla.
—¡Atención! ¡Sentarse!
Los muchachos obedecieron.
—Bien —dijo el militar—. Saquen sus cuader-
nos… ¿Listos los cuadernos? ¡Bien! Saquen lápiz…
¿Listos los lápices? ¡Anotar! Título de la composición:
“Lo que hace mi familia por las noches”… ¿Compren-
dido? Es decir, lo que hacen ustedes y sus padres desde
que llegan de la escuela y del trabajo. Los amigos que
vienen. Lo que conversan. Lo que comentan cuando
ven la televisión. Cualquier cosa que a ustedes se les
ocurra libremente con toda libertad. ¿Ya? Uno, dos,
tres: ¡comenzamos!
—¿Se puede borrar, señor? —preguntó un niño.
—Sí —dijo el capitán.
—¿Se puede hacer con bolígrafo?
—Sí, joven. ¡Cómo no!
—¿Se puede hacer en hojas cuadriculadas, señor?
—Perfectamente.
—¿Cuánto hay que escribir, señor?
—Dos o tres páginas.
—¿Dos o tres páginas? —protestaron los niños.
—Bueno —corrigió el militar—, que sean una o
dos. ¡A trabajar!
Los niños se metieron el lápiz entre los dientes y
comenzaron a mirar el techo a ver si por un agujero
caía volando sobre ellos el pajarito de la inspiración.
Pedro estuvo mordiendo el lápiz, pero no le sacó ni
una palabra. Se rascó el agujero de la nariz y pegó de-
bajo del escritorio un moquito que le salió por casua-
lidad. Juan, en el pupitre de al lado, estaba comiéndose
las uñas, una por una.
—¿Te las comes? —preguntó Pedro.
—¿Qué? —dijo Juan.
—Las uñas.
—No. Me las corto con los dientes y después las
escupo. ¡Así! ¿Ves?
El capitán se acercó por el pasillo y Pedro pudo ver
cerca la dura hebilla dorada de su cinturón.
—¿Y ustedes, no trabajan?
—Sí señor —dijo Juan, y a toda velocidad arrugó
las cejas, sacó la lengua entre los dientes y puso una
gran “A” para comenzar la composición. Cuando el ca-
pitán se fue hacia el pizarrón y se puso a hablar con la
maestra, Pedro le espió la hoja a Juan y preguntó:
—¿Qué vas a poner?
—Cualquier cosa. ¿Y tú?
—No sé —dijo Pedro.
—¿Qué hicieron tus papás ayer? —preguntó Juan.
—Lo mismo de siempre. Llegaron, comieron, oye-
ron la radio y se acostaron.
—Igualito mi mamá.
—Mi mamá se puso a llorar de repente —dijo Pedro.
—Las mujeres se la pasan llorando.
—Yo trato de no llorar nunca. Hace como un año
que no lloro.
—Y si te pego en el ojo y te lo pongo morado, ¿no
lloras?