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Libro para el maestro
SECUENCIA 5
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—¿Y por qué me vas a hacer eso si soy tu amigo?
—Bueno, es verdad.
Los dos se metieron los lápices en la boca y mira-
ron el bombillo apagado y las sombras en las paredes
y sintieron la cabeza hueca como una alcancía. Pedro
se acercó a Juan y le susurró en la oreja:
—¿Tú estás contra la dictadura?
Juan vigiló la posición del capitán y se inclinó ha-
cia Pedro:
—Claro, pendejo.
Pedro se apartó un poco y le guiñó un ojo, sonriendo.
Luego, haciendo como que escribía, volvió a hablarle:
—Pero tú eres un niño…
—¿Y eso qué importa?
—Mi mamá me dijo que los niños… —comenzó a
decir Pedro.
—Siempre dicen eso… A mi papá se lo llevaron
preso al norte.
—Igual que al de Daniel.
—Ajá. Igualito.
Pedro miró la hoja en blanco y leyó lo que había
escrito: “Lo que hace mi familia por las noches”. Pedro
Malbrán. Escuela Siria. Tercer Grado A.
—Juan, si me gano la medalla, la vendo para com-
prarme una pelota de futbol tamaño cinco de cuero
blanco con parches negros.
Pedro mojó la punta del lápiz con un poco de sali-
va, suspiró hondo y arrancó:
“Cuando mi papá vuelve del trabajo…”.
Pasó una semana, se cayó de puro viejo un árbol
de la plaza, el camión de la basura estuvo cinco días
sin pasar y las moscas tropezaban en los ojos de la
gente, se casó Gustavo Martínez de la casa de enfren-
te y repartieron así unos pedazos de torta a los veci-
nos, volvió el jeep y se llevaron preso al profesor Ma-
nuel Pedraza, el cura no quiso decir misa el domingo,
en el muro de la escuela apareció escrita la palabra
“
resistencia
”, Daniel volvió a jugar futbol y metió un
gol de chilena y otro de palomita, subieron de precio
los helados y Matilde Schepp, cuando cumplió nueve
años, le pidió a Pedro que le diera un beso en la boca.
—¡Estás loca! —le gritó Pedro.
Después pasó esa semana, pasó todavía otra, y un día
volvió al aula el militar cargado de papeles, una bolsa de
caramelos y un calendario con la foto de un general.
—Mis queridos amiguitos —les dijo—. Sus com-
posiciones han estado muy lindas y nos han alegrado
mucho a los militares y en nombre de mis colegas y del
general Perdomo debo felicitarlos muy sinceramente.
La medalla de oro no recayó en este curso, sino en
otro, en algún otro. Pero para premiar sus simpáticos
trabajitos, les daré a cada uno un caramelo, la compo-