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Libro para el maestro
SECUENCIA 5
106
Artículo de opinión
2.
Lean ahora el artículo de Eduardo Galeano. Tra-
ten de identificar las distintas historias que se
cuentan ahí.
Conexión con
Geografía
Secuencia 12:
Espacios geográficos y
desigualdad económica
Secuencia 14:
Diversidad cultural
Cosas raras del futbol
E
DUARDO
G
ALEANO
En el año 2002, Clint Mathis, estrella del futbol de Es-
tados Unidos, anunció que su selección iba a ganar el
campeonato del mundo. Era lógico, era natural, como
él explicó, “porque nosotros somos el país líder en
todo”. El país líder en todo entró en octavo lugar.
En el futbol ocurren cosas raras. En un mundo or-
ganizado para la cotidiana confirmación del poder de
los poderosos, nada hay más raro que la coronación de
los
humillados
y la humillación de los coronados; pero
en el futbol, a veces, esa rareza se da.
Sin ir más lejos, en el año 2004 un club palestino
fue campeón de Israel, por primera vez en la historia,
y por primera vez en la historia un club checheno fue
campeón de Rusia. Y en la Olimpíada de Grecia, la se-
lección de futbol de Iraq, en plena guerra, venció va-
rios partidos y llegó a disputar las semifinales del tor-
neo, de sorpresa en sorpresa, contra todo pronóstico y
contra toda evidencia, y fue la número uno en el fer-
vor popular.
El club árabe Bnei Sakhnin y el club checheno Te-
rek Grozny, flamantes campeones de Israel y de Rusia,
tienen algunas cosas en común con la selección nacio-
nal de Iraq.
Se trata de equipos que de alguna manera repre-
sentan a pueblos que no tienen el derecho de ser lo
que quieren ser, que padecen la maldición de vivir so-
metidos a banderas ajenas, despojados de su sobera-
nía, bombardeados, humillados, empujados a la deses-
peración.
Y por si todo eso fuera poco, los tres son equipos
modestos, desconocidos o casi,
sin ningún jugador famoso, y
pobres. En realidad, ni siquie-
ra tienen estadio. Nunca jue-
gan en casa, nunca son loca-
tarios. Son equipos
errantes
,
condenados a jugar en tierras extrañas y ante tribunas
vacías. En la aldea de Sakhnin, en Galilea, nunca hubo
un estadio ni cosa semejante, aunque el gobierno is-
raelí lo ha prometido varias veces. El Terek jugaba en el
estadio de Grozny, que está clausurado desde que los
independentistas chechenos colocaron, allí, una bom-
ba bajo la butaca del presidente impuesto por los ru-
sos. Y en Iraq sólo hay campos de batalla. Ya no que-
dan campos de futbol. Las tropas de ocupación, que a
esta altura han olvidado ya los pretextos de su invasión
criminal, han convertido los espacios deportivos en
hospitales o en cementerios. Donde estaba el estadio
de Bagdad, hay ahora una base militar que alberga
tanques de Estados Unidos. La selección iraquí entre-
nó en campos donde pastaban los rebaños de ovejas.
Un símbolo poderoso, un asunto misterioso: no se
sabe por qué, aunque no faltan teorías, pero el hecho es
que en el mundo de nuestro tiempo, mucha gente en-
cuentra en el futbol el único espacio de identidad en el
que se reconoce y el único en el que de veras cree. Sea
como sea, por los motivos que sea, la dignidad colectiva
tiene mucho que ver con el viaje de una pelota que anda
por los caminos del aire. Y no me refiero sólo a la comu-
nión que el
hincha
celebra con su club cada domingo
desde las tribunas del estadio, sino también, y sobre
todo, al juego jugado en los potreros, en los campitos,
en las playas, en los pocos espacios públicos todavía no
devorados por la urbanización enloquecida. […]
[…] No es un milagro químico. Están
dopados
por el entusiasmo y la alegría. Mejor dicho: dopadas.
Los once jugadores de cada equipo son mucho más
que once. Mejor dicho: las once jugadoras. En ellos,
juega un gentío. Mejor dicho: en ellas. Estos son ri-
tuales de afirmación de los humillados. Mejor dicho:
las humilladas.
Poquito a poco, el futbol de las mujeres ha ido ga-
nando un espacio en los medios dedicados a la difu-
humillados:
derrotados,
sobajados.
errantes:
vagabundos.
hincha:
fanático de un
equipo deportivo.