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ESPAÑOL
43
I
mientras se le agarraba a los riñones,
y ella tirando y él hecho un
pelmazo
hasta que el traje se hizo mil pedazos.
La pobre se escapó medio en camisa,
pero perdió un zapato con la prisa.
El Príncipe, embobado, lo tomó
y ante la Corte entera declaró:
“¡La dueña del pie que entre en el zapato
será mi dulce esposa, o yo me mato!”.
Después, como era un poco despistado,
dejó en una bandeja el chanclo amado.
una Hermanastra dijo: “¡Esta es la mía!”,
y, en vista de que nadie la veía,
pescó el zapato, lo tiró al retrete
y
lo escamoteó
en un
periquete
.
En su lugar, disimuladamente,
dejó su zapatilla maloliente.
En cuanto salió el Sol, salió su Alteza
por la ciudad con toda ligereza
en busca de la dueña de la prenda.
De casa en casa fue, de tienda en tienda,
e hicieron cola muchas damiselas
sin resultado. Aquella vil
chinela
,
incómoda,
pestífera
y
chotuna
,
no le sentaba bien a dama alguna.
Así hasta que fue el turno de la casa
de Cenicienta… “¡Pasa, Alteza, pasa!”,
dijeron las perversas Hermanastras
y, tras guiñar un ojo a la Madrastra,
se puso la de más cara de cerdo
su propia zapatilla en el pie izquierdo.
El Príncipe dio un grito, horrorizado,
pero ella gritó más: “¡Ha entrado! ¡Ha entrado!
¡Seré tu dulce esposa!”. “¡Un cuerno frito!”.
“¡Has dado tu palabra, Principito,
precioso mío!”. “¿Sí? —rugió su Alteza.
—¡Ordeno que le corten la cabeza!”.
Se la cortaron de un único tajo
y el Príncipe se dijo: “Buen trabajo.
Así no está tan fea”. De inmediato
gritó la otra Hermanastra: “¡Mi zapato!
¡Dejad que me lo pruebe!”. “¡Prueba esto!”,
bramó su Alteza Real con muy mal gesto
y, echando mano de su real espada,
la
descocorotó
de una estocada;
cayó la cabezota en la
moqueta
,
dio un par de botes y se quedó quieta…
En la cocina Cenicienta estaba
quitándoles las vainas a unas habas
cuando escuchó los botes —pam, pam, pam—
del coco de su hermana en el zaguán,
así que se asomó desde la puerta
y preguntó: “¿Tan pronto y ya despierta?”.
El Príncipe dio un salto: “
¡Otro melón!
”,
y a Ceny le dio un vuelco el corazón.
“¡Caray! —pensó—. ¡Qué bárbara es su alteza!
Con ese yo me juego la cabeza…
¡Pero si está completamente loco!”.
Y cuando gritó el Principe: “¡Ese coco!
¡Cortádselo ahora mismo!”, en la cocina
brilló la vara del Hada Madrina.
“¡Pídeme lo que quieras, Cenicienta,
que tus deseos corren de mi cuenta!”.
“¡Hada Madrina —suplicó la ahijada—,
no quiero ya ni príncipes ni nada
que pueda parecérseles! Ya he sido
Princesa por un día. Ahora te pido
quizá algo más difícil e infrecuente:
un compañero honrado y buena gente.
¿Podrás encontrar uno para mi,
Madrina amada? Yo lo quiero así…”
lo escamoteó:
lo desapareció.
periquete:
instante.
chinela:
chancla.
pestífera:
apestosa.
chotuna:
que “huele a chivo”.
descocorotó:
descabezó.
moqueta:
alfombra.
¡otro melón!:
otro latoso.
Y en menos tiempo del que aquí se cuenta
se descubrió de pronto Cenicienta
a salvo de su Príncipe y casada
con un señor que hacía mermelada.
Y, como fueron ambos muy felices,
nos dieron con el tarro en las narices.
Fuente: Roald Dahl.
Cuentos en verso para niños perversos
.
Madrid: Altea, 1987.