ESPAÑOL
45
I
Cuento
Blancanieves
y los siete enanos
R
OALD
D
AHL
Cuando murió la madre de Blanquita
dijo su padre, el Rey: “Esto me irrita.
¡Qué cosa tan pesada y tan latosa!
Ahora tendré que dar con otra esposa…”
—es, por lo visto, un lío del demonio
para un Rey componer su matrimonio—.
Mandó anunciar en todos los periódicos:
“Se necesita Reina” y, muy metódico,
recortó las respuestas que en seguida
llegaron a millones… “La elegida
ha de mostrar con pruebas convincentes
que eclipsa a cualquier otra pretendiente”.
Por fin fue preferida a las demás
la señorita Obdulia Carrasclás,
que trajo un artefacto extraordinario
comprado a algún exótico
anticuario
:
era un ESPEJO MÁGICO PARLANTE
con marco de latón, limpio y brillante,
que contestaba a quien le planteara
cualquier cuestión con la verdad más clara.
Así, si, por ejemplo, alguien quería
saber qué iba a cenar en ese día,
el chisme le decía sin tardar:
“Lentejas o te quedas sin cenar”.
El caso es que la Reina, que Dios guarde,
le preguntaba al trasto cada tarde:
“Dime Espejito, cuéntame una cosa:
de todas, ¿no soy yo la más hermosa?”.
Y el cachivache siempre: “Mi Señora,
vos sois la más hermosa, encantadora
y bella de este reino. No hay rival
a quien no hayáis comido la moral”.
La Reina repitió diez largos años
la estúpida pregunta y sin engaños
le contestó el Espejo, hasta que un día
Obdulia oyó al cacharro que decía:
“Segunda sois, Señora. Desde el jueves
es mucho más hermosa Blancanieves”.
Su majestad se puso furibunda,
armó una impresionante
barahúnda
y dijo: “¡Yo me cargo a esa muchacha!
¡La aplastaré como a una cucaracha!
¡La despellejaré, la haré guisar
y me la comeré para almorzar!”.
Llamó a su Cazador al aposento
y le gritó: “¡Cretino, escucha atento!
Vas a llevarte al monte a la Princesa
diciéndole que vais a buscar fresas
y, cuando estéis allí, vas a matarla,
desollarla muy bien, descuartizarla
y, para terminar, traerme al instante
su corazón caliente y palpitante”.
El Cazador llevó a la criatura,
mintiéndole vilmente, a la espesura
del Bosque. La Princesa, que se olió
la torta, dijo: “¡Espere! ¿Qué he hecho yo
para que usted me mate, señor mío?
—el brazo y el cuchillo de aquel tío
erizaban el pelo
al más pintado
—.
¡Déjeme, por favor, no sea pesado!”.
El Cazador, que no era mala gente,
se derritió al mirar a la inocente.
“¡Aléjate corriendo de mi vista,
porque, si me lo pienso más, vas lista…!”.
La chica ya no estaba —¡qué iba a estar!—
cuando el verdugo terminó de hablar.
Después fue el hombre a ver al carnicero,
pidió que le sacara un buen cordero,
compró media docena de costillas
amén del corazón y, a pies juntillas,
Obdulia tomó aquella
casquería
por carne de Princesa. “¡Que mi tía
se muera si he faltado a vuestro encargo,
Señora…! Se hace tarde… Yo me largo…”.
“Os creo, Cazador. Marchad tranquilo
—dijo la Reina—. ¡Y ese medio kilo
de chuletillas y ese corazón
los quiero bien tostados al carbón!”,
y se los engulló, la muy salvaje,
con un par de vasitos de brebaje.
¿Qué hacía la Princesa, mientras tanto?
Pues
auto-stop
para curar su espanto.
Volvió a la capital en un
boleo
y consiguió muy pronto un buen empleo
de ama de llaves en el domicilio
de siete divertidos hombrecillos.
anticuario:
vendedor
de cosas antiguas.
barahúnda:
escándalo.
al más pintado:
al
más valiente.
casquería:
vísceras y
retazos.
auto-stop:
pedir
“aventón”.
boleo:
rápidamente.