182
—¡Y sería lo mismo decir —añadió la Liebre de Marzo— “me gusta lo que tengo” que “tengo
lo que me gusta”!
—¡Y sería lo mismo decir —añadió el Lirón, que parecía hablar en medio de sus sueños—
“respiro cuando duermo” que “duermo cuando respiro”!
—Es lo mismo en tu caso —dijo el Sombrerero.
Y aquí la conversación se interrumpió, y el pequeño grupo se mantuvo en silencio unos
instantes, mientras Alicia intentaba recordar todo lo que sabía de cuervos y de escritorios,
que no era demasiado.
El Sombrerero fue el primero en romper el silencio.
—¿Qué día del mes es hoy? —preguntó, dirigiéndose a Alicia.
Se había sacado el reloj del bolsillo, y lo miraba con ansiedad, propinándole violentas
sacudidas y llevándoselo una y otra vez al oído.
Alicia reflexionó unos instantes.
—Es día cuatro —dijo por fin.
—¡Dos días de error! —se lamentó el Sombrerero, y, dirigiéndose amargamente a la Liebre
de Marzo, añadió: —¡Ya te dije que la mantequilla no le sentaría bien a la maquinaria!
—Era mantequilla de la mejor —replicó la Liebre muy compungida.
—Sí, pero se habrán metido también algunas migajas —gruñó el Sombrerero—. No debiste
utilizar el cuchillo del pan.
La Liebre de Marzo cogió el reloj y lo miró con aire melancólico: después lo sumergió en
su taza de té, y lo miró de nuevo. Pero no se le ocurrió nada mejor que decir y repitió su
primera observación:
—Era mantequilla de la mejor, sabes.
Alicia había estado mirando por encima del hombro de la Liebre con bastante curiosidad.
—¡Qué reloj más raro! —exclamó—. ¡Señala el día del mes, y no señala la hora que es!
—¿Y por qué habría de hacerlo? —rezongó el Sombrerero—. ¿Señala tu reloj el año en que
estamos?
—Claro que no —reconoció Alicia con prontitud—. Pero esto es porque está tanto tiempo
dentro del mismo año.
—Que es precisamente lo que le pasa al mío —dijo el Sombrerero.
Alicia quedó completamente desconcertada. Las palabras del Sombrerero no parecían tener el
menor sentido.
—No acabo de comprender —dijo, tan amablemente como pudo.
—El Lirón se ha vuelto a dormir —dijo el Sombrerero, y le echó un poco de té caliente en
el hocico.
El Lirón sacudió la cabeza con impaciencia, y dijo, sin abrir los ojos:
—Claro que sí, claro que sí. Es justamente lo que yo iba a decir.
—¿Has encontrado la solución a la adivinanza? —preguntó el Sombrerero, dirigiéndose de
nuevo a Alicia.
—No. Me doy por vencida. ¿Cuál es la solución?
ANEXO 2