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Al llegar a este punto, el Lirón se estremeció y empezó a canturrear en sueños: “brilla,
brilla, brilla, brilla.
.. ”, y estuvo así tanto rato que tuvieron que darle un buen pellizco para
que se callara.
—Bueno —siguió contando su historia el Sombrerero—. Lo cierto es que apenas había termi-
nado yo la primera estrofa, cuando la Reina se puso a gritar: «¡Vaya forma estúpida de
matar el tiempo! ¡Que le corten la cabeza!»
—¡Qué barbaridad! ¡Vaya fiera! —exclamó Alicia.
—Y desde entonces —añadió el Sombrerero con una voz tristísima—, el Tiempo cree que
quise matarlo y no quiere hacer nada por mí. Ahora son siempre las seis de la tarde.
Alicia comprendió de repente todo lo que allí ocurría.
—¿Es ésta la razón de que haya tantos servicios de té encima de la mesa? —preguntó.
—Sí, ésta es la razón —dijo el Sombrerero con un suspiro—. Siempre es la hora del té, y no
tenemos tiempo de lavar la vajilla entre té y té.
—¿Y lo que hacen es ir dando la vuelta a la mesa, verdad? —preguntó Alicia.
—Exactamente —admitió el Sombrerero—, a medida que vamos ensuciando las tazas.
—Pero, ¿qué pasa cuando llegan de nuevo al principio de la mesa? —se atrevió a preguntar
Alicia.
—¿Y si cambiáramos de conversación? —los interrumpió la Liebre de Marzo con un boste-
zo—. Estoy harta de todo este asunto. Propongo que esta señorita nos cuente un cuento.
—Mucho me temo que no sé ninguno —se apresuró a decir Alicia, muy alarmada ante
esta proposición.
—¡Pues que lo haga el Lirón! —exclamaron el Sombrerero y la Liebre de Marzo—. ¡Des-
pierta, Lirón!
Y empezaron a darle pellizcos uno por cada lado.
El Lirón abrió lentamente los ojos.
—No estaba dormido —aseguró con voz ronca y débil—. He estado escuchando todo lo que
decíais, amigos.
—¡Cuéntanos un cuento! —dijo la Liebre de Marzo.
—¡Sí, por favor! —imploró Alicia.
—Y date prisa —añadió el Sombrerero—. No vayas a dormirte otra vez antes de termi-
nar.
—Había una vez tres hermanitas —empezó apresuradamente el Lirón—, y se llamaban
Elsie, Lacie y Tilie, y vivían en el fondo de un pozo.
..
—¿Y de qué se alimentaban? —preguntó Alicia, que siempre se interesaba mucho por
todo lo que fuera comer y beber.
—Se alimentaban de melaza —contestó el Lirón, después de reflexionar unos segundos.
—No pueden haberse alimentado de melaza, ¿sabe? —observó Alicia con amabilidad—.
Se habrían puesto enfermísimas.
—Y así fue —dijo el Lirón—. Se pusieron de lo más enfermísimas.
Alicia hizo un esfuerzo por imaginar lo que sería vivir de una forma tan extraordinaria,
pero no lo veía ni pizca claro, de modo que siguió preguntando:
ANEXO 2