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Libro para el Maestro
A N E X O 2
El día de San Antonio, Nicolás Mangana se levantó cuando apenas estaba clareando,
se vistió, guardó el billete de mil pesos entre las correas del huarache izquierdo, se
despidió de la familia y se puso en marcha.
Muchos eran los que iban por el camino rumbo a la feria. Los que iban a comprar algo,
caminaban, como Nicolás, con las manos vacías y el dinero escondido en la ropa. Los que
iban a vender, en cambio, cargaban costales de membrillos, pastoreaban parvadas de
guajolotes o arreaban yuntas de bueyes.
Entre todo aquel gentío se distinguía un hombre que iba montado en un caballo blanco.
Nicolás lo miró lleno de envidia y pensó:
—Ese hombre es un ranchero huarachudo como yo, pero montado en ese caballo parece
un rey.
Era un caballo muy bueno, fuerte, pero ligero, brioso, pero obediente. Por su gusto hubie-
ra salido al galope y sin embargo, obedecía al menor tironcito de rienda que le daba el
jinete.
—Así debería yo ir montado —pensó Nicolás. Decidió que nomás que fuera rico iba a com-
prar un caballo exactamente igual a aquél que iba caracoleando delante de él.
Apretó el paso hasta emparejarse con el caballo y empezó a platicar con el que lo monta-
ba.
—¡Qué bonito caballo! —dijo Nicolás.
—Lo vendo —contestó el otro.
—¿En cuánto?
—Mil pesos.
Nicolás sacó el billete del huarache, compró el caballo y regresó a su casa montado y muy
contento. Les dijo a su mujer y a sus hijos:
—No somos ricos, ni vamos a serlo, pero ya tenemos caballo blanco.
Toda la familia aprendió a montar y vivieron muy felices.
Jorge Ibargüengoitia. “Los puercos de Nicolás Mangana”, en
Piezas y cuentos para niños
. México: Joaquín Mortiz, 1989, pp. 129-133.