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Libro para el Maestro
status
a la persona, sino la valoración social que en él se ha
depositado. Es este fenómeno el que hace sentir a la mujer
“castrada” o “frustrada”, no la falta del pene en sí misma.
Se trata de un fenómeno cultural, no de una determinación
biológica.
En una investigación realizada por las doctoras Maccoby y
Jacklin [citadas en Lara 1994] con el objetivo de analizar las
diferencias entre los sexos desde el punto de vista cognosci-
tivo, temperamental y de la conducta social, se encontró
que en realidad eran muy pocas las áreas en las que las
desemejanzas eran importantes y significativas. Los hom-
bres mostraron más habilidades matemáticas y las mujeres
más razonamiento verbal, lo que podía explicarse por una
diferencia de estímulos en la educación. Sí se observaron
diferencias claras entre los sexos, pero en realidad éstas son
bastante menos de lo que generalmente se piensa.
Tanto en la familia como en los medios de comunicación, en
las relaciones sociales y en la escuela, mediante la educa-
ción formal y la informal, se refuerzan constantemente las
diferencias entre hombres y mujeres, que además se
transforman en desigualdades.
Los mensajes que enviamos a los niños ya las niñas, en
muchas ocasiones sin darnos cuenta siquiera, son distintos.
Reforzamos en ellos diferentes actitudes; por ejemplo,
ponemos más interés en los logros que alcanza un niño en
la clase de deportes o en matemáticas, de las niñas nos
preocupamos porque tengan bonita letra, usen muchos
colores cuando dibujan y se porten bien. Si un niño tiene
una letra bastante ilegible o es un poco más rebelde, se le
perdona porque es niño. Este tipo de diferenciaciones
pueden llegar hasta el grado de mandar a los niños varones
a la escuela y dejar a las niñas en casa o, cuando hay
escasez de recursos, alimentar primero a los hombres y
luego, si alcanza, a las mujeres [FNUAP 1997b], pues se
tiene la idea preconcebida, y socialmente reforzada, de que
ellos tienen mayores posibilidades de éxito y por lo tanto
representan mejor inversión.
Se tiende a educar a los hombres de una manera y a las
mujeres de otra, a fomentarles realmente dos formas
distintas de pensar y percibir la vida, de tener expectativas y
metas, y de esperar conductas específicas y preconcebidas
de sus parejas, por pertenecer a determinado sexo. Y esto
tiene diversas consecuencias. Por un lado, la imagen que se
tiene del sexo influye directamente en el autoconcepto y la
percepción de las propias habilidades y capacidades, así
como en las expectativas y el propio proyecto de vida.
Además, es realmente difícil que dos personas con percep-
ciones tan distintas y que han sido educadas en este marco
de prejuicios y diferencias puedan comunicarse y entenderse
realmente, que puedan acercarse y encontrarse como
personas, más allá de los estereotipos. Es común escuchar
eso de que “todos los hombres son iguales” o que todas las
mujeres reaccionan de cierta manera. ¿Y qué pasa con el
individuo?, ¿acaso realmente somos todos iguales?
Una manera de propiciar la reflexión y la discusión sobre
estos temas con los jóvenes podría ser la siguiente. Con el
grupo dividido en hombres y mujeres, se pide a ellos que
digan cuáles son las características típicas de las mujeres;
luego se escriben en el pizarrón, bajo el título “Mujeres”.
Seguramente dirán que son vanidosas, chismosas, demasia-
do sensibles y sentimentales, difíciles de entender, y quizá
hasta que son menos capaces o menos divertidas. Es posible
que empiecen a hacer comentarios agresivos y que las
chicas reaccionen. No se preocupe, deje que suceda, sin
llegar a extremos y sin permitir tampoco comentarios
personales sobre miembros del grupo. Habrá que advertir
que se está hablando en general de cómo se supone que
son. Después se pide a las mujeres que digan ellas cuáles
son las características típicas de los hombres (estereotipos)
y se anotan en la pizarra bajo el título “Hombres”. En este
caso es probable que digan cosas como que son más