SECUENCIA 4
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El amigo leal
“El pequeño Hans tenía muchos amigos,
pero el más allegado a él era el gran Hugo, el molinero.
En realidad, era tan allegado el rico molinero al pequeño Hans, que no visitaba nunca su jardín sin
llevarse un gran ramo de flores de los macizos o un buen puñado de lechugas suculentas; o sin llenarse
los bolsillos de ciruelas y de cerezas, según la época.
–Los amigos verdaderos lo comparten todo entre sí –tenía por costumbre decir el molinero.
El pequeño Hans asentía con la cabeza, sonriente, sintiéndose orgulloso de tener un amigo que
pensaba tan noblemente.
Algunas veces, sin embargo, al vecindario le llamaba la atención el hecho de que el rico molinero no diese
nada a cambio al pequeño Hans, aunque tuviese cien sacos de harina almacenados en su molino, seis
vacas lecheras y un gran número de ganado lanar; pero Hans no se preocupaba por semejante cosa.
Nada le entusiasmaba tanto como escuchar las hermosas cosas que el molinero decía sobre la
solidaridad de los verdaderos amigos.
Así, pues, el pequeño Hans cultivaba su jardín. En primavera, en verano y en otoño, se sentía muy feliz;
pero cuando llegaba el invierno y no tenía ni frutos ni flores para llevar al mercado, pasaba mucho frío y
mucha hambre, y se acostaba sin haber comido más que unas peras secas y algunas nueces rancias.
Además, en invierno, se encontraba muy solo, porque el molinero no iba a verlo nunca durante
aquella estación.
–No está bien que vaya a ver al pequeño Hans mientras duren las nieves –decía muchas veces el molinero
a su mujer–. Cuando las personas pasan apuros, es preferible dejarlas solas y no importunarlas con
visitas. Ésa es, al menos, la opinión que tengo yo sobre la amistad, y estoy seguro de que es acertada. Por
eso esperaré a la primavera e iré a verle; podrá ofrecerme un gran cesto de bellotitas y eso le alegrará.
–Eres verdaderamente solícito para con los demás –le respondía su mujer, sentada en un cómodo sillón
junto a un buen fuego de leña–. Es un verdadero placer oírte hablar de la amistad. Estoy segura de que
el cura no diría sobre ella cosas tan bellas como tú, aunque viva en una casa de tres pisos y lleve un
anillo de oro en el dedo meñique.
–¿Por qué no invitamos al pequeño Hans a venir aquí? –preguntaba el hijo del molinero–. Si el pobre
Hans pasa apuros, le daré la mitad de mi sopa y le enseñaré mis conejos blancos.
–¡Qué tonto eres! –exclamó el molinero–. No sé, en verdad, para
qué sirve enviarte a la escuela. Parece que no aprendes nada. Si el
pequeño Hans viniese aquí, ¡qué caramba!, y viese nuestro buen
fuego, nuestra excelente cena y nuestro gran tonel de vino tinto,
sentiría envidia. Y la envidia es una cosa terrible que estropea a las
mejores personas. Verdaderamente, no podría yo sufrir que el
carácter de Hans se estropease. Soy su mejor amigo, velaré siempre
por él y tendré buen cuidado de no exponerle a ninguna tentación.
Además, si Hans viniera aquí, podría pedirme que le diese un
poco de harina fiada, lo cual no puedo hacer. La harina es una
cosa y la amistad otra, y no hay que confundirlas. Son dos
palabras que se escriben de manera diferente y significan cosas
muy distintas, como todo el mundo sabe.”
Oscar Wilde. “El amigo leal”, en
Obras selectas
. Madrid: Ediciones y Distribuciones Mateos (EDIMAT), 2000, pp. 406-407. Adaptación.