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Mi familia no se quedaba atrás, muchas veces, cuando me veían en vez de resaltar cualquier cosa
medio buena que pudiera tener, me saludaban diciendo "cada vez más gorda y grande".
.. obvio a
los 14 o 15 años eso te golpea y deja secuelas que son imposibles de borrar, como la bulimia.
Cuando cumplí los 16 años pesaba 74 kilos aproximadamente y media 1.60 mts. Claro que me
veía enorme, en la escuela, yo formaba parte del grupo de las
GORDAS
y lo odiaba. Pero mi amor
por la comida era mayor y no sabía que hacer.
..
Una mañana mi mamá me dijo: “¡estás obesa!, debes bajar de peso”. Y que ella no estaba
dispuesta a soportar una hija gorda, así que me puso a dieta súper estricta, que muchas veces me
parecía imposible de cumplir porque moría de hambre y tenía muchas tentaciones en la calle. Así
que terminé por desafiarla: compré en la tienda mucha comida chatarra y la metí a mi cuarto para
comerla toda lo más rápido que pudiera.
Enseguida que terminé, tuve la sensación más espantosa que alguien pueda imaginar: me sentía
culpable y decidí vomitar, sacar de mi cuerpo todo lo que comí. Estuve inclinada con la cabeza
metida en el retrete por una hora y sólo paré cuando vi un par de hilos de sangre que salían de mi
boca
me sentí aliviada, contenta, satisfecha. Había encontrado la fórmula perfecta para "cumplir
la dieta", y a partir de ese día, lo hice casi a diario con
intermitencias
de días de ayuno, que por lo
general quedaban frustrados y con muchas horas de gimnasio para quemar las calorías que
quedaba en mi cuerpo, seguidas de un nuevo
atracón
.
Es curioso, los desórdenes alimenticios van reduciendo tu mundo y producen una extraña sensación,
una mezcla de odio, porque acaban con tu vida; y por otro lado, una dependencia enfermiza porque
crees que sin él no puedes vivir. Cuando se empezó a notar mi pérdida de peso, la gente empezó a
mirarme de una manera diferente; razón por la que donde menos quería estar era con la gente. La
bulimia me hacía creer que estaba gorda y que todos me juzgaban. Llegó el punto en que decidí
recluirme por completo del mundo y casi matarme.
Ahora tengo 22 años, mido 1.60 y peso 50 kilos, pero aún no puedo parar de vomitar, aunque ya no
lo hago todos los días porque mi corazón se ha visto desgastado, la actividad física es reducida para
mí, pues podría morir de un paro cardiaco como consecuencia de mis vómitos.
Los vacíos no se llenan, por eso son vacíos. Tarde o temprano te das cuenta de que no existe cantidad
de comida alguna que tape tus vacíos afectivos y fríos emocionales, ni purga lo suficientemente severa
que expulse de ti todo el dolor e ira reprimida. Ésta es una de las lecciones más brutales de la
enfermedad. El ver con tus ojos la cantidad de bultos y bultos que puedes comer, y aun así, sentirte
vacía, tan llena de vacío, que tienes que ir al excusado a explotar.
Estuve internada una vez, después de que me desmayara vomitando, pero esto es algo con lo que
tendré que aprender a vivir el resto de mi vida, a veces vomitando y a veces no.
.. Nunca sabes si en
este “último vómito” perderás la vida.
Según las estadísticas, de diez enfermos de anorexia o bulimia nueve son mujeres de entre los 15 y 26
años, en tanto que uno es hombre. Ellos también tienen su historia.
La historia de Ezequiel
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Yo fui bulímico, narra Ezequiel de 19 años. Formaba parte del 5% de los bulímicos del sexo masculino,
ya que el 95% restante son mujeres. Comencé haciendo una dieta bajo control médico porque estaba
excedido de peso, pero pronto y sin darme cuenta caí en la bulimia. Comencé a dejar de comer y
aunque adelgazaba, seguía viéndome gordo en el espejo. Empecé a provocarme vómitos, cada vez
que me daba un ataque de hambre y me comía todo.
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