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—Apenas puedo creer que sea posible
tanta injusticia. Yo he visto a la Cigarra
en las sofocantes horas del verano,
cuando los insectos van de un lugar a
otro, tratando en vano de refrescarse
en las flores, marchitas y secas, crear
manantiales de dulce jarabe para
convidar a todos los bichitos.
—Por supuesto —movió la chinche de
campo su cabecita—. Taladra la dura
corteza de los árboles para hacer brotar
el dulce. Y nunca deja de cantar.
—Cantar es su vida…
—Y su bondad no tiene límites, porque
no acaba aún de alimentarse, cuando
docenas de animalitos ya le están
suplicando un traguito de jarabe, y ella,
que bien podía hacerse esperar con todo
derecho, se hace a un lado y abandona a
los sedientos el rico manantial…