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Al principio, el guardia creyó que la cola
del tlacuache era un leño; pero cuando
lo vio correr, empezó la persecución.
Millares de flechas surcaron el espacio y
varias de ellas dieron al generoso animal.
Al verse moribundo, el tlacuache cogió una
brasa y la guardó en su bolsa. Pero los
perseguidores lo alcanzaron, apagaron
la flama de su cola y lo golpearon sin
piedad, hasta dejarlo casi muerto.
Después se alejaron lanzando alaridos y pregonando su victoria,
mientras sus compañeros danzaban alrededor del fuego. Pero el
tlacuache, había recobrado el sentido, se arrastró trabajosamente
hasta el lugar donde estaban los huicholes y allí, ante el asombro
y la alegría de todos, depositó la brasa que guardaba en su bolsa.