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Kori se acercaba a menudo a un
co-
rral en el que había una camella grande.
La camella era de sus tíos, que vivían
cerca de los corrales. Kori iba casi todos
los días a verla y ayudaba a su tía a darle
la comida. Después, mientras su tía la
ordeñaba no se perdía un detalle; viendo
manar el chorro blanco sobre la vasija
de metal.
Cuando su tía se iba, él se hacía el
distraído para quedarse solo con la ca-
mella. Se acercaba y trataba de hablar
con ella. La camella miraba a Kori con
gesto altanero y movía sus labios.
¿Qué le decía la camella? El pequeño
sabía que la gente hablaba así, moviendo
los labios, pero él no les entendía. Tam-
poco a los camellos. Kori movía los suyos
pensando cosas como “me gusta tu gran
joroba”, o “quieres comida”, o “me gusta
la leche de camella”. Pero la camella mo-
vía sus labios y Kori no entendía lo que
contestaba.
La camella estaba muy gorda. Su tía
le traía más comida que nunca, y la ca-
mella seguía engordando.
Una tarde, cuando volvía de la escue-
la, la camella tenía a su lado un pequeño
camello de color caramelo.
Y, ahora, la camella estaba de nuevo
flaca.
Kori había visto que a su madre le ha-
bía pasado lo mismo dos veces. Primero
iba poniéndose gorda, cada vez más y,
un día, su vientre volvía a ser igual que
antes, y a su lado había un niño. Así
aparecieron, como por magia, los her-
manos pequeños de Kori.
Kori pensó que eso era lo que había
pasado con la camella: había tenido un
niño. Un niño de camello. Un camello
recién nacido se llama, en la lengua de
los saharauis,
huar
. Pero Kori tampoco lo
podía saber.
Su tía estaba en el corral con la
camella y su hijo, el
huar
. Señaló al pe-
queño camello y le dijo algo a Kori.
Él sonrió. Le gustaba mucho el nuevo
camello de color caramelo. Era torpe,
apenas se sostenía sobre sus patas, lar-
gas y débiles. Y su pelo parecía suave;
apetecía acariciarlo.
El
huar
buscaba las ubres de su ma-
dre y se metía debajo de su barriga. De
vez en cuando, su madre le lamía la cara.
Kori reía lleno de gozo.
La tía de Kori volvió a señalar al
huar
y preguntó al niño, levantando la
mano, qué le parecía. Kori asintió, con
entusiasmo. Quería decir que le gusta-
ba, que le gustaba mucho. Abría los ojos
todo lo que podía, como si quisiera que
el
huar
entrara por ellos.
Su tía dejó que Kori pasara al corral
con ella, para que acariciara al camello.
Sujetó a la camella, y Kori se pudo acercar