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Febrero de 1976
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglate-
rra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de una sucursal de
un banco establecido en Londres. Serio y poco comunicativo
como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle
por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes
y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su
escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami
dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún mo-
mento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las ci-
fras de la máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más
sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, diver-
tidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición
japonesa.
—Algún día completará las mil… —cuchicheaban entre
risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que
esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez.
Con su perdido amor primero.
La historia anterior se relaciona con la guerra y por esto
adquiere un interés histórico. Otra historia, pero que
ocurre durante la Segunda Guerra Mundial, es
Rosa
Blanca
,
que narra cómo los niños y jóvenes vivieron el
nazismo. Búscala en tu Biblioteca Escolar.