Practica esta lección: Ir al examen
70
—No. La casa debía ir encima —contestó Noé.
—¡Pero si seré tonto! Ahora ya lo saben ustedes también.
Por algo mi familia me dice Ipu, mi nombre al revés. Todo
lo hago chueco porque soy muy distraído —agregó Upi ha-
ciendo un ademán con los brazos aparentando naturalidad, al
tiempo que daba un brinco para llegar hasta la barca de Noé.
—A mí todo se me olvida —continuó, mientras sonreía
con timidez y trataba de ordenarse el cabello.
—¿También traes a tu familia? —preguntó Noé, mientras
se acariciaba inquisitivamente la barba.
—Sí. Vienen conmigo y creen que estamos perdidos. Es-
tán un poco apurados porque no confían mucho en mí. Los
invito a conocerlos. Ojalá alguno de ustedes pueda hablar con
ellos y tranquilizarlos. Están tan nerviosos que no dejan de dis-
cutir: que si yo me equivoqué, que seguramente el Señor no
dijo eso, que la barca no va a resistir las tempestades, que Ipu
es tan distraído. ¡Uf! No acaban.
A los abuelos les dieron ganas de reír. Madú fue el primero.
Prorrumpió en una enérgica carcajada con la que hizo vibrar
su barriga. Los demás lo imitaron. Como un monito inquieto,
Upi los miraba con júbilo hasta que él mismo irrumpió en
risillas desordenadas e inconexas.
Sin embargo, los viejos sabían que aquellas risas no eran
producto de la burla. Sin saberlo siquiera, Upi producía una
incontrolable alegría a su alrededor, un gozo desmesurado
que ninguno de los abuelos había sentido antes.
—¿Y qué animales traes? —preguntó Itzá jocoso.
—Dragones —dijo Upi, una vez que hubo controlado su
risa—, unicornios, pegasos, sirenas, centauros y ¿qué más?,
¿qué más traigo? No me acuerdo muy bien. ¿Por qué no vie-
nen a conocerlos?