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Quince
Los abuelos conocieron entonces la fauna
fantástica de Upi. Descendieron escaleras
chuecas y recorrieron intrincados laberintos
para encontrarse maravillados al prodigioso
minotauro con cuerpo de hombre y cabeza
de toro, a la portentosa ave roc, cuyo tamaño
es tan grande que con sus alas puede cubrir
al sol.
—Tiene un huevo —dijo Madú, sorprendido ante la gi-
gantesca redondez blanquecina de un huevo más grande que
su propia panza.
Contagiados de perpetua alegría, acariciaron el lomo del
dragón que se echó en el suelo para que los abuelos pudieran
alcanzarlo. El animal abrió sus alas que de inmediato recono-
ció Noé.
—Se parecen a las alas de mis murciélagos —dijo.
En un cuarto grande, iluminadas por mágicos rayos de sol
que descendían precisamente sobre ellas, conocieron a las ado-
rables sirenas que descansaban lánguidamente sobre una
roca.
—Son muy caprichosas —explicó Upi—. Me amenazaron
con no subir al barco si no les subía también su roca. Las sirenas
miraron a los abuelos con galantería mientras peinaban sus
rizados cabellos.
—Son semejantes a mis morsas —reconoció Eke, mien-
tras examinaba minuciosamente a las sirenas.
En tres caballerizas seguidas, llevaba Upi a sus equinos: el
unicornio, el pegaso y el centauro. El cuerno largo y estriado
del unicornio les fue mostrado como una valiosa joya, y las
alas majestuosas del pegaso aparecieron como emanadas de
una serena duermevela. El centauro, con patas de caballo y
torso de hombre, alzó orgulloso el talle para adoptar pose de